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| Crónica | Falta de sintonía |

Un relevo a cara de perro

La precipitación y el enfrentamiento entre los equipos entrantes y salientes de Interior ha marcado el cambio de cartera más rocambolesco del ministerio más sensible del Gobierno

José Antonio Alonso recibe la cartera de Interior de manos de Ángel Acebes el pasado 20 de abril

Publicado por
Melchor Sáiz-Pardo - madrid
León

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El traspaso de poderes en el Ministerio del Interior ha sido uno de los más rocambolescos de la historia de la democracia, incluidos insultos y descalificaciones entre el ex ministro y el nuevo titular y maniobras de unos y otros para poner en evidencia al contrario político. En estos días, desde uno y otro lado se ha apelado al sentido de Estado, a la no politización del ministerio más sensible de todo el Gobierno y a la normalidad en la entrega de carteras en uno de los momentos más críticos de la lucha antiterrorista tras la masacre del 11-M en Madrid. Sin embargo, la realidad vivida desde que el leonés José Antonio Alonso prometiera su cargo el 19 de abril ha sido bien distinta, a veces, incluso, marcada por la precipitación y la premura. El propio Alonso fue el primer sorprendido cuando el presidente del Gobierno le eligió para dirigir el Ministerio del Interior, un departamento reservado para José Bono, tal y como anunció José Luis Rodríguez Zapatero en una entrevista televisiva durante la campaña electoral. Alonso tuvo que desembarcar en Palacio del Paseo de la Castellana número 5 casi con lo puesto y con información de segunda mano sobre el estado de las investigaciones del 11-M, ya que el interlocutor elegido por el PSOE en este asunto fue Alfredo Pérez Rubalcaba. Desde un principio -coinciden en señalar fuentes de ambos lados- no hubo empatía alguna entre Alonso y Acebes. El ex ministro no se olvidó de que el nuevo titular de Interior, cuando era vocal del CGPJ, se manifestó públicamente en contra de la Ley de Partidos y del cumplimiento íntegro de la penas para los terroristas. Una sola vez se encontraron ambos antes de la toma de posesión en la sede del ministerio. La reunión no fue más que protocolaria y dejó ver a las claras los nubarrones de la tormenta que ya se aproximaba. La relación entre Alonso y Acebes se tensó pero no llegó a romperse gracias a la labor callada de los números dos, no tan malavenidos: Ignacio Astarloa y Antonio Camacho lograron salvar los muebles durante los primeros días. Pero la llegada del equipo de Alonso se iba a hacer aún más accidentada. De ello se ocupó José Bono y su juramento de que mientras Rodríguez Zapatero estuviera en La Moncloa no habría organizaciones sindicales en la Guardia Civil. De nuevo Camacho hubo de emplearse a fondo para apaciguar los ánimos con el sindicato mayoritario de la Policía y la mayor asociación del instituto armado. El chaparrón comenzó con las polémicas declaraciones de Alonso el pasado lunes, en las que acusó al Ejecutivo saliente de «falta de previsión política» nada menos que en el mayor atentado terrorista de la historia de España. Acebes no tardó en lanzar su salva de insultos al titular de Interior: «miserable, incompetente y mediocre». Los dos últimos titulares de Interior no habían tenido problema en traspasar la última frontera: habían violado una regla no escrita en los últimos 20 años, una suerte de pacto entre caballeros, según el cual los responsables de este ministerio se respetaban siempre, aunque fuera en virtud de los malos ratos que tanto unos como otros han pasado o pasarán al frente de un departamento siempre conflictivo. Las espadas se pusieron en alto y los dos bandos movilizaron a sus huestes. La guerra comenzó a ser sin cuartel a mediados de semana, cuando todavía en el Ministerio del Interior había dos altos cargos nombrados por el PP en sendos puestos claves (Santiago López Valdivieso al frente de la Guardia Civil y Agustín Díaz de Mera, a la cabeza de la Policía). El traspaso de poderes ya iba para dos semanas y Alonso aún no tenía terminado el organigrama del ministerio. Tampoco estaba decidido que el tan traído y llevado mando único no lo iba a ostentar el también prometido «director general de la seguridad» y que se iba a quedar en un mero órgano de coordinación.

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