Diario de León

OPINIÓN

Una boda real pasada por agua

Publicado por
ROSA VILLACASTÍN
León

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TODO se había preparado con mimo, con celo, sin olvidar los atentados del 11-M, ni sus terribles consecuencias, pero lo que nadie podía prever es que empezase a llover torrencialmente en el preciso instante en que Doña Letizia tenía que empezar a caminar sobre la alfombra roja que la conduciría hasta la puerta de la Basílica de la Almudena. Un corto paseo que nos permitiría ver con detalle el traje, la cola, el velo, los zapatos, el ramo, y la diadema. Y que ayudaría a la novia a relajar la tensión después de días de intensa actividad. A toda prisa tuvieron que recogerla en un rolls que segundos después la dejó en la puerta Principal de la Almudena, desde donde accedió al templo con los nervios a flor de piel. Un contratiempo que deslució la ceremonia y que influyó en el ánimo de los contrayentes, muy especialmente de Doña Letizia, que hasta bien entrada la mañana no logró relajar el semblante. Se le ha criticado a la novia su frialdad -que definiría de emoción contenida-, el que no se dieran besos «de tornillo». Poco hablan de la complicidad de la pareja, de cómo le mira Doña Letizia al Príncipe -se le come con los ojos-, de los apretones de mano, de las palabras que intercambiaron en el altar... A los más puntillosos tampoco les ha gustado el traje, ni el peinado, ni la forma de llevar el velo, lo que me reafirma en lo difícil que lo va a tener una mujer que hasta antes de ayer era una presentadora de televisión que se comía la pantalla, con la que nadie se metía porque era eso, una presentadora a secas. Pero a la que hoy nadie perdona el más mínimo fallo. Me consta que Doña Letizia apenas si durmió un par de horas antes de enfrentarse al día más importante de su vida. Se había acostado tardísimo, ya que tuvieron que permanecer en El Pardo -donde los Reyes ofrecieron la víspera de la boda una cena a sus invitados-, hasta que el último de ellos se marchó del Palacio. Al día siguiente a las seis de la mañana ya estaba en el Palacio Real donde se vistió y peinó con el fin de que nadie la viera antes de su aparición pública. A mí me gustó el traje, digno de un prestigioso diseñador como es Pertegaz. ¿Qué estuvo comedida en los gestos? Sí, pero lo normal en un marco que invitaba poco a la emoción. Y sin embargo no dejó de mirar a Don Felipe, ni hacia donde se encontraban sus abuelos, sus padres, sus hermanas, sus primos.

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