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Las palabras ya no salen a borbotones

Crémer, próximo al centenario, se define como un buen chico, un hombre de la calle y una persona que ha sido muy feliz

León

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Victoriano Crémer (Burgos, 1907) ha sido poeta, y muchas cosas más. Ha sido pobre y perseguido, también admirado y homenajeado; pero sobre todo un hombre feliz. Se define como un buen chico. Un chico que a los 97 años se niega a parar. Porque escribir es su vida, y porque está seguro de que es la actividad la que le mantiene con una envidiable vitalidad, aunque con achaques que él considera propios de la edad de su carné e impropios de sus ambiciones actuales. Señala como aspiración seguir siendo un hombre de la calle, achaca a la imaginación buena parte de los logros de su intensa trayectoria, se define como humilde y errante, según descripción que leyó una vez del puño de Pío Baroja y que convirtió en lema propio. Se declara cidiano, como buen burgalés que batalla y lucha por necesidad. Pero también por convicciones. Siempre metido en líos, y siempre toreando amistades y admiradores para salir de ellos. Recorrió en la juventud los campos leoneses convencido de que la revolución estaba al alcance de la mano, pero otra revolución le arrastró a él. También sobrevivió. Y sobrevivieron sus ideas, porque afirma categórico que el tiempo no cambia a los hombres. Se mantienen con la misma vitalidad sus ideas e ideales, aunque las fuerzas no le acompañen ya en las algaradas. Nada ha cambiado en mi, asegura; mientras se lamenta de que antes las palabras, las poesías, las prosas, le brotaban a borbotones. Ahora algunas se le resisten. El pozo negro del olvido, dice. La dignidad es el equipaje que reclama como propio e irrenunciable, el compromiso, con la sociedad y con el hombre. El compromiso de seguir pese a las ausencias: Trinidad, compañera, espolín, alma. El pasado es un tiempo de lucha, del que habla sin rencores. El futuro un tiempo que se le regala, siempre insuficiente. La poesía y el trabajo los pilares a los que se aferra en tiempos de crisis. La vieja Olivetti y el papel calcante para la copia los compañeros de la rutina diaria con la que marca el ritmo del seguir permanente, del seguir siempre. Curiosidad nunca satisfecha del periodista que se unió de por vida al papel tintado cuando a los seis años voceaba periódicos en Burgos a cambio de dos céntimos por ejemplar vendido. Crítica del muchacho que cuidó ganado en La Corredera, asistió como amanuense y lector a un anciano huraño del que heredó cierto sentido de la tacañería, fue mancebo de botica y cajista de imprenta más preocupado por las huelgas y los derechos sociales que por los intereses personales. Poemas entre levantamientos, huelgas de semanas por una subida salarial miserable, escritor entre la familia y el régimen, entre los poderosos y los represores. Más de veinte libros publicados desde que a los 22 años salió aquel Tendiendo el vuelo ; Premio Nacional de Literatura en 1962; Premio Castilla y León de las Letras en 1994; acamémico de la Academia Castellana y Leonesa de Poesía desde el 2002; premio Cossío por su trayectoria periodística en ese mismo año,... Doctor honoris causa por la Universidad de León, académico de Historia y Bellas Artes de la Institución Ferrán González. Cronista oficial de la ciudad de León. Un currículum largo para una larga trayectoria en la que los reconocimientos le están llegando sobre todo al final. Para él, seguir siempre. Como sus versos. Frío tengo en el alma, pero canto.

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