| Crónica | Una mañana en la huerta |
Más que trabajo, placer
Los hortelanos jubilados tienen sus propias técnicas para labrar los 50 metros cuadrados de su parcela, aunque el Ayuntamiento intenta introducir el cultivo ecológico a partir de un semillero
«Siempre me dicen: el huerto le dará buen trabajo, pero el huerto le da más a usted. Y es verdad». Oben Santamarta muestra uno de los ejemplares de calabacín que crecen en su pequeña parcela irregular. Tiene 77 años y desde hace seis es uno de los militantes de la azada y el surco en La Candamia. «Lo que recojo es para el arreglo de casa». Oben tiene prisa. Es de los que madrugan para realizar las labores de mantenimiento de la parcela y recoger lo que hay. En los surcos esperan a madurar las matas de habas verdes, las cebollas de verano ya se cosechan y las de invierno van cogiendo altura, los pimientos empiezan a madurar; para el invierno llegarán las berzas y las coles. «Yo ya no soy de partida», dice mientras encamina sus pasos hacia la salida. En casa le esperan. Él tiene más salud que su esposa y se ocupa de gran parte de las tareas del hogar, aunque la comida ya está lista. Uno de sus convecinos de surco, Amador Rodríguez del Blanco, recuerda que cuando el Ayuntamiento ofreció los huertos en 1996 «no los queria nadie». Pero ahora ofrecen todo el aspecto de un pequeño vergel hortícola a la orilla del río. «Es un terreno que se domina mal», agrega. Los sedimentos a la orilla del río tienen demasiados cantos, pero aún así este ex guardia jubilado en los surcos asegura que «en algunos tramos consigo tres cosechas». La huerta forma parte de su cultura desde la infancia en Valdesaz de los Oteros; no dejó la azada ni siquiera cuando vestía tricornio, ya que en la casa cuartel donde vivió en Cantabria también tuvo oportunidad de sembrar sus lechugas, ajos y cebollas. «Me gusta mucho esto porque me crie en un pueblo. Lo llevo en la raíz», confirma otro jubilado, Isidoro Rodríguez, que saltó del volante de una pala hace siete años a este fértil remanso. Isidoro nació en León, en la capital, pero a los cinco años «me llevaron para Santa Olaja y allí me crié». Procura «no castigar mucho el terreno» y rota los cultivos de año en año. Donde el año pasado puso tomates ahora están las lechugas que las planta de nuevo al mismo ritmo que las arranca hasta bien entrado el verano. Cuando quita las cebollas, el terreno es ocupado por las plantas de escarola. «En invierno te dedicas a dar la vuelta al terreno hasta que traen el abono», explica «Esto es un entretenimiento», agrega. En el trozo de caseta que le corresponde para guardar los aperos -una para cada cuatro dividida en otros tantos compartimentos- ha puesto geranios y rosas y los gladiolos crecen en el límite de su finca. «No sulfato nada y riego sólo lo necesario», añade. Las cebollas, por ejemplo, «admiten muy poca agua». Mientras tanto llega la hora de la comida -algunas parejas ya dan los primeros bocados a su menú aderezado con el frescor del agua y el aire de La Candamia- yen el semillero crecen los plantones de escarola, coliflor, lombarda, brocoli, navicoles y berza de asa de cántaro, hortalizas propias del invierno con las que abren paso a sus primeras generaciones de hortalizas propias.