Diario de León

Análisis: Un error de cálculo ingenuo

El monumental error de Ruiz-Gallardón al batirse en duelo con el aparato del PP ha dejado al descubierto que el alcalde tiene un gran tirón electoral, pero que es poco querido en su partido

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E. Clemente - redacción | madrid
León

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¿Cómo es posible que un político tan experto como frío y calculador haya cometido un error tan monumental que puede costarle su carrera? Gallardón dijo ayer que se sentía «vencido pero no derrotado», parafraseando a Hemingway. Lo cierto es que ha sufrido una humillación política casi insoportable para alguien que aspiraba a ser presidente del Gobierno. En primer lugar, resulta increíble y casi patético que desconociera el escasísimo apoyo con el que cuenta en la dirección popular madrileña. Y en la nacional, en la que Acebes y el mismo Rajoy le han dado la espalda. También es sorprendente que tenga tan pocos partidarios después de haber sido presidente de la comunidad durante ocho años. Como él mismo ha dicho, se equivocó al centrarse en su cargo y dejar de un lado al partido. Este fallo garrafal para un político con tantas ambiciones le ha pasado factura. El tirón del alcalde Pero lo que ha quedado demostrado empiricamente es el axioma de que el alcalde tiene un gran tirón entre el electorado, pero es poco querido en el partido en el que lleva 27 años. Para tratar de comprender su proceder suicida hay que remontarse en el tiempo. Sus enfrentamientos con Aguirre, solapados por un sinfín de besos, abrazos y elogios públicos, vienen de lejos y han sido la causa de que cometiera un imperdonable error de cálculo. Gallardón explotó en el momento más inoportuno por culpa de un «calentón» y de su enorme ego. No soportó que su rival laminara a Pío García-Escudero y quisiera hacerse con todo el poder en Madrid. Era, en su opinión, la gota que colmaba el vaso de los desafíos de su «amiga» Esperanza. La caída libre de Gallardón en los últimos meses ha sido espectacular. Antes del 15º Congreso del PP se hablaba de él como posible vicesecreatrio general y hombre de confianza de Rajoy. Pero éste, habilmente, eliminó ese cargo y creó las secretarías ejecutivas, una especie de gabinete en la sombra en el que no cabía el alcalde de Madrid, por razón de su responsabilidad en la capital. Eso sí, le había dado el caramelo envenenado de abrir el cónclave, encargo al que el regidor entró con tanta fuerza como ingenuidad política. Hizo una autocrítica que le enemistó aún más con los suyos. El premio de consolación eran los «maitines». Muy poco. Con su estilo aparentemente indolente, el sutil Rajoy ha resuelto la crisis y se ha quitado de encima al que era su principal rival interno, aprovechando sus errores.

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