HA PROCLAMADO el secretario general del PP, Angel Acebes, que
. Lo ha dicho con rostro de enfado, y echando en cara a algunos españoles que se hayan resistido, y aún se resistan, a tal hipótesis de trabajo. Ciertamente, las siglas de la banda terrorista independentista vasca han aparecido en varias informaciones: ha habido contactos indudables, inevitables, entre fundamentalistas islamistas y etarras, en distintas cárceles en las que coincidieron individuos de ambas creencias fanáticas. Pero los investigadores de esta causa general que es el 11-M, siguen sin observar ese nexo total y global que Acebes sostiene que llegó a existir, y en el que algunos otros autores también insisten con obstinación digna de mejor causa. Por lo demás, habría sido algo natural que los terroristas de cualquier especie se sintieran atraídos entre sí y coincidentes en sus propósitos, y hasta felices por los resultados trágicos obtenidos. ¿No se trata de aterrorizar a los ciudadanos, de desestabilizar a un gobierno y a un sistema democrático? Esos son los propósitos de cualquier actuación terrorista, y también de la perpetrada el pasado marzo. Pero ni Garzón ni del Olmo terminan de ver esa relación indiscutible de la que Acebes sigue hablando con el gesto de quien se ve poco continuado por la fe de sus compatriotas. Por lo demás, y a fin de cuentas, al ciudadano corriente le da bastante igual que en los trenes de cercanías y en la preparación de aquella tragedia hubieran coincidido El Egipcio, El Tunecino, El Chino... y quince o veinte islamistas más, con algún elemento nacido en una aldea con levantamiento de grandes piedras en sus festejos populares. Lo que desea muy vivamente ese ciudadano es que la adecuada investigación conduzca a prisión, a ser posible de por vida, a todos los que tuvieron algo que ver con aquella matanza sobre la que también cabe expresar la sospecha que alguien sigue intentando demostrar que no se enteró de cada. Y en ese capítulo hay que incluir a Acebes y a algunos de sus colaboradores en el Ministerio de Interior. Algunos pretenden que sus personales tesis se antepongan a la realidad misma, como si en ello les fuera la vida. Señor Acebes: 192 personas perecieron, y otras 1.500 padecieron heridas en cuerpo y alma, y usted sigue sin saber qué sucedió aquella mañana y en los días, semanas y meses anteriores, cuando sus agentes y sus confidentes estaban al cabo de la calle de lo que se preparaba. El petardazo fue de tales dimensiones que usted mismo, y sus jefes, y sus compañeros de partido, saltaron del asiento ministerial con notable fuerza. Y el dolor del ridículo padecido fue tan importante que aún sigue sin enterarse de lo que sucedió, y se sigue resistiendo a creerlo, tan seguro como estaba de que iba a continuar en el mismo cargo, o acaso saldría reforzado en la lista de ministrables de Rajoy, con una Vicepresidencia. ¿No le parece ridícula y pueril esa obsesión por conseguir que se termine de creer de una vez su personal hipótesis de trabajo?