Diario de León

El guerrillero que ganó el Nobel

El héroe de la lucha por la liberación palestina no pudo ver realizado su sueño, la creación de un Estado palestino, pese a aceptar la existencia de Israel

Un joven lejos de su uniforme

Un joven lejos de su uniforme

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Enrique Clemente - redacción | madrid
León

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Arafat el irreductible , se titula significativamente la última biografía de Arafat, aparecida en Francia y escrita por Amnon Kapeliouk. En el prólogo, Nelson Mandela le rinde homenaje: «Arafat permanecerá para siempre como un símbolo para todos los pueblos del mundo». Un símbolo sí, pero con tantas sombras como luces. Héroe de la lucha por la liberación palestina para muchos; terrorista corrupto y sin escrúpulos para sus enemigos. Logró que sus compatriotas aceptaran la existencia de Israel, pero no pudo ver realizado su sueño, la creación de un Estado palestino independiente. Desde su aparición estelar en la ONU, el 13 de noviembre de 1974, tocado con el clásico kefiyeh , el uniforme verde de guerrillero y armado, el mundo identificó la causa palestina con su estrafalaria figura. En ese foro pronunció el discurso más importante de su vida. «He venido con una rama de olivo en la mano y con la otra en mi fusil revolucionario. No dejéis que la rama de olivo caiga de mi mano», aseguró entonces. Pero cayó. Arafat consagró toda su vida, más apasionante que la mejor novela de aventuras, a luchar por la causa palestina. Fue guerrillero, combatió no sólo a los israelíes sino también a sus hermanos árabes, sufrió exilios, sobrevivió a 50 atentados, numerosos asedios e innumerables conspiraciones, se mostró valiente hasta jugarse su vida con cierto desprecio hacia la muerte, pero también cauto hasta la exasperación, ganó el Nobel de la Paz y, en el final de su existencia, se convirtió en un autócrata enclaustrado al frente de su corrupta Autoridad Palestina. El líder palestino tenía baraka , suerte, «siete vidas», como dijo uno de sus asesores, y «una especie de sexto sentido animal frente al peligro», según otro. Pero por encima de todo Arafat quedará en la historia como el padre de la patria palestina. El indomable espíritu de lucha de Abu Amar («Padre constructor»), que era su nombre de guerra, logró mantener vivo el movimiento nacional palestino tras la creación de Israel en 1948, hasta obtener el reconocimiento internacional, pese a los descomunales obstáculos que encontró en su camino. La vida del «fácil» El significado de su nombre, Yaser, «fácil» o «sin problemas», fue todo lo contrario que su azarosa existencia. Nació en agosto de 1929 -en Jerusalén, según él, o en El Cairo, de acuerdo con otras fuentes fiables, entre ellas el Mossad-, con el nombre de Mohammed Abdel-Rauf Arafat al-Qudwa al-Husseini, que cambió muy pronto por el de Yaser Arafat. Como señalan Neil C. Livingstone y Davi Halevy en Inside the PLO ( Dentro de la de OLP ) mucha de la información sobre él es contradictoria y, a veces, errónea. El propio Arafat hizo todo lo posible por forjar su propia leyenda, gracias a su infinita capacidad para la invención y al misterio con el que rodeó su vida privada. El líder de la OLP era un gran propagandista de sí mismo. Uno de sus biógrafos le llamó «publicista natural» y «adicto al trabajo». Estudió Ingeniería Civil en la capital egipcia, pero desde los 17 años se implicó en exclusiva a «la lucha», con las armas en la mano. Ya desde comienzos de los 50 a el final de su vida- fue un hombre ascético que no bebía, no fumaba y no se le conocían relaciones con mujeres, lo que alentó los rumores de que era homosexual o bisexual. En 1992, este musulmán suní se casó con la cristiana Suha Tawil, con quien tuvo una hija. Incombustible, equilibrista político, visionario en ocasiones, el «rais» palestino hizo grandes concesiones a Israel para lograr la paz. Tantas que el gran intelectual palestino Edward W. Said escribió de él en 1996: «Israel no puede desear nada mejor que un líder como Arafat, quien se lo concede todo para salvar su propia piel». Israel, a cambio, le respondió con incumplimientos y humillaciones hasta considerarle finalmente «irrelevante» Sin embargo, algunos analistas dicen que perdió su gran oportunidad y la del pueblo palestino cuando se negó a firmar en Camp David, en julio del 2000, el acuerdo de paz que Clinton había pactado con Barak. Pero sabía que si aceptaba la propuesta que no resolvía el problema clave de Jerusalén y el regreso de los palestinos de la diáspora muchos compatriotas no se lo perdonarían nunca, lo que dividiría a los palestinos. El «gran ilusionista», como le denominan Andrew Gowers y Tony Walker en su biografía Behind the myth , tomó una decisión quizá equivocada, pero lo hizo para preservar la unidad palestina, el mayor logro de su existencia.

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