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La ambición de un huérfano de postguerra

El canciller alemán sufrió una infancia difícil. Tiene fama de bronco y mujeriego. Ha sido uno de los jefes de Estado más críticos contra la invasión de Irak

León

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«Las coincidencias con España son grandes, lo cual sienta las bases para una cooperación estrecha» GERHARD SCHRÖDER, canciller alemán Su nombre completo es Gerhard Fritz Kurt Schröder. Nació en Renania del Norte-Westafalia en 1944. Es aries. Hijo de una humilde familia de obreros, se quedó huérfano a los pocos meses de nacer. Su padre, reclutado en las filas de la Wehrmacht, fue abatido en el frente soviético. La historia de Schröder, un hombre forjado en la adversidad, parece extraída de un libro de Dickens. Su madre volvió a casarse, pero la situación familiar, lejos de mejorar, empeoró considerablemente por una larga enfermedad del padrastro y la llegada de otros tres hijos (son seis hermanos en total). Estudió el Bachillerato en la escuela nocturna y cursó la carrera de Derecho mientras compaginaba sus estudios con diversos empleos, desde albañil a peón agrícola. Con apenas 19 años ingresó en las filas del SPD. El joven Schröder, hijo de los estratos más bajos de la sociedad de la postguerra, fue en sus comienzos en la política un marxista declarado y defensor de las causas antinuclear y antiatlántica. El tiempo y su finísimo sentido de la diplomacia irían suavizando al joven radical. La gran oportunidad le llegó en 1989, cuando recuperó para su partido la Baja Sajonia, un estado tradicionalmente votante de la CDU. En junio de ese año formó un gobierno de coalición con Los Verdes. En los primeros tiempos de su mandato no dudó en comprar con dinero del erario público una siderurgia en bancarrota, para evitar el despido de 12.000 trabajadores. Tras tres victorias consecutivas, en 1998 era finalmente elegido, por una mayoría indiscutible, candidato a la Cancillería Federal. Afable públicamente, tiene fama de ser un hombre bronco de puertas adentro. También es bien conocida su faceta de «mujeriego». De confesión protestante evangélico, se ha casado cuatro veces. Su teoría del Nuevo Centro, basada en la modernización de la sociedad y en unos criterios de servicio y eficacia, le valió la presidencia; un concepto claramente inspirado en la Tercera Vía de Blair, que le alejaba de sus postulados tradicionales, porque, en definitiva, de lo que se trataba era de llegar al poder. Dicen que su ambición no tiene límites. Pero hay que reconocerle el mérido de que, por primera vez desde 1949, un partido de la oposición llegaba al poder por méritos exclusivamente electorales o, lo que es lo mismo, nunca antes un canciller en ejercicio (Kohl) era derrotado en las urnas. En política exterior ha mantenido estrechas relaciones con Francia. No así con España. Schröder nunca simpatizó con Aznar. Visitó el escenario del 11-S a las pocas horas del trágico atentado contra las torres gemelas. Asimismo, consiguió que los escándalos que envolvieron a varios de sus ministros no le salpicaran personalmente. Su popularidad creció al capear con éxito las terribles inundaciones que asolaron Alemania. También se granjeó el apoyo del pueblo alemán cuando plantó cara a Bush al oponerse tajantemente a los planes de invasión de Irak. Ha manifestado públicamente su sintonía y afecto hacia Zapatero, una baza que podría ser fundamental para que España ocupe un lugar predominante en la UE.

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