Diario de León

Valladolid-Seattle con hijuelas

León hace un paréntesis en sus intrigas municipales para convertirse en escenario de política internacional, a pesar del menosprecio de los responsables de la comunidad

El canciller Gerhard Schröder y el presidente Rodríguez Zapatero, en el Auditorio Ciudad de León

El canciller Gerhard Schröder y el presidente Rodríguez Zapatero, en el Auditorio Ciudad de León

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Juan Vázquez - león
León

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La celebración de la cumbre hispano-alemana en León debe entenderse como un ofrecimiento de amistad de Zapatero hacia Schröder, su Gobierno y su país, un gesto similar al de recibir a un socio en el salón de casa en lugar de en un frío despacho. El presidente ya lo hizo con el Consejo de Ministros del 23 de julio, aunque en aquella ocasión la cumplimentación tuvo una doble dirección: trajo a su tierra a quienes le arroparán en las responsabilidades de dirigir el país, y aprobó un plan de desarrollo para una región, el oeste de Castilla y León, con la que él bien sabe que España mantiene una deuda histórica. Cualquier visita del presidente del Gobierno a su tierra genera grandes expectativas; la gente espera compromisos, aunque ayer no era el día. Zapatero debe recordar, eso sí, que se ha convertido en acreedor de grandes ilusiones con ciertos compromisos, como los del Plan Oeste o también los del Plan Galicia en la comunidad vecina, que pronto le empezarán a reclamar que transforme las palabras en hechos. Pero en esta ocasión fue distinto; León actuaba como anfitriona, y no como protagonista de un encuentro llamado a abordar asuntos de ámbitos nacionales y europeos. Hacen demagogia, y lo saben, quienes ayer instaban a Zapatero a reclamar a Schöder inversiones alemanas y hoy probablemente le echarán en cara el no haberlo hecho. Y es que León no se quedará con las manos vacías. Al margen de afinidades ideológicas, esta tierra vive una época dulce gracias a que le ha salido un embajador de lujo en la figura de José Luis Rodríguez Zapatero, que ejerce de leonés a diferencia de otros de sus paisanos que medraron fuera y sólo vuelven a recibir homenajes. Cuando todo pase y León vuelva a ser una capital de provincia más, se recordará que la ciudad acogió una vez una cumbre hispano-alemana. Y pecaron de miopía política los responsables de la Junta de Castilla y León al dar la espalda a este encuentro en lugar de sonreír y apuntarse parte del tanto. El presidente Juan Vicente Herrera voló varios miles de kilómetros desde Valladolid hasta la ciudad norteamericana de Seattle en una misión comercial recién planificada de cuyos resultados las crónicas no concretan gran cosa, al margen de declaraciones de intenciones y de un par de encuentros en hoteles con españoles afincados por allá con responsabilidades de segunda. Cuesta trabajo imaginar una reunión de Aznar y su equipo en cualquier punto de la comunidad con otro Gobierno amigo sin la presencia de Herrera -que sí que asistió al Consejo de Ministros de julio y a la comida posterior- pero es que incluso su representante, la recién nombrada vicepresidenta María Jesús Ruiz, acudió al aeropuerto, saludó a las delegaciones y se volvió a Valladolid. En seguida se justificó al decir que eso es lo que exige el protocolo; quizás sea cierto, pero también ha quedado patente que se la trae al pairo, o lo que es peor, le fastidia, que un rincón de la autonomía que ella gobierna se haya convertido por un día en escenario de la alta política europea. El día de ayer pasará a la pequeña historia de León, una ciudad cuyo destino político estuvo un jueves sometido a un cenáculo clandestino y acogía al lunes siguiente un encuentro de estadistas para concebir la nueva Europa. Unos estuvieron en uno y otros en otro.

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