Diario de León
Publicado por
JAVIER ARMESTO
León

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MIGUEL ÁNGEL Moratinos es, con mucho, el mejor ministro del Gobierno de Zapatero. Durante años desempeñó un importante papel como mediador en Oriente Medio y su personalidad -dialogante, prudente, razonable- le valió la consideración tanto de israelíes como de palestinos. Sabe que las relaciones internacionales se construyen poco a poco y no a golpe de patriotismo trasnochado. No hay más que ver la imagen que proyecta en las cumbres a las que asiste, en contraposición a la que daban un aislado José María Aznar y una despistada (por decirlo suavemente) Ana Palacio. Y, sobre todo, los frutos obtenidos en los escasos siete meses que el PSOE lleva en el Gobierno: recomponer la diplomacia con Marruecos, regresar al núcleo fuerte europeísta, normalizar las relaciones con Estados Unidos (lo de antes era seguidismo ciego y pleitesía), y, especialmente, situar a España donde le corresponde, que no es el rincón de la Historia ni el puesto de ayudante del sheriff mundial. Por todo ello sorprende la campaña de acoso y derribo a la figura del ministro que están llevando a cabo el Partido Popular y articulistas afines. Que en las 24 horas siguientes a la asonada en Venezuela -en medio de «una situación muy confusa», como ha reconocido el entonces ministro de Exteriores Josep Piqué- el Gobierno español enviara a su embajador a reunirse con el autoproclamado presiden-te Pedro Carmona, y que el propio Aznar lo reconociese como tal al aceptar hablar con él por teléfono, si no es apoyo al golpe, es apoyo al golpista, llámale equis . Quienes se rasgan las vestiduras por las declaraciones de Moratinos son los mismos que aseguran con todas las letras que Felipe González estaba detrás de los GAL (lo cual, dicho sea de paso, tiene tantos indicios de ser cierto como lo revelado por el ministro); o que aplauden cuando Acebes denuncia una «intencionalidad política» detrás del 11-M (poniendo una vez más en duda la legitimidad de la victoria socialista, obtenida democráticamente en las urnas), o que jalean a Aznar cuando acude a Washington para tildar a España de «antiamericana». Curiosamente, no les parece «indigno» que el antiguo jefe del Ejecutivo hiciese una afirmación -«no existe ninguna duda de que hay armas de destrucción masiva en Irak y las encontraremos»- que se ha demostrado que era una colosal mentira y que ha costado decenas de miles de muertos. Una acusación por la que ni Aznar ni nadie de su partido conjugó jamás el verbo dimitir. El PP está crispado desde que perdió las elecciones y su objetivo desde entonces ha sido trasladar esa crispación a la política nacional. En parte, para esconder sus propias miserias (Galicia, Madrid, Comunidad Valenciana...), y, en parte, porque no tiene un liderazgo claro ni un discurso definido como oposición. Ya sea porque se reconocen los derechos de los homosexuales, porque se acepta debatir las reivindicaciones de las nacionalidades históricas o porque se ponen plazos a los planes y obras que prometió (con muchos carteles y pocas excavadoras) el anterior Gobierno, parece que España se está desangrando por los cuatro costados; cuando lo cierto es que, si hubo un día que este país se desangró, ese día fue el pasado 11 de marzo. Y todo el mundo sabe a quién hay quién agradecérselo.

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