Piezas de caza cada vez más sanas, pero que pocas veces se declaran
El control sanitario de las piezas de caza mayor, susceptibles de equipararse a las matanzas domiliciarias del cerdo, es todavía muy relativo, al menos en lo que se refiere al número de ejemplares controlados. Oficialmente durante la pasa temporada de caza 2003-04 se abatieron en la provincia de León tres centenares de jabalíes, una cifra que resulta irrisoria, según los veterinarios y fuentes oficiosas de la propia Junta. De acuerdo con las mismas fuentes, este tipo de estadísticas son a todas luces irreales, por lo bajo, dada la proliferación de jabalíes, no sólo en sonas de montaña, que era su habitat tradicional, sino también en áreas de llanura, como los maizales de los regadíos del Páramo, donde se están refugiando a manadas y encuentran alimento sin problemas. Su proliferación, daños agrícolas aparte, provoca también a menudo problemas de tráfico al cruzar las carreteras y caminos vecinales en terrenos donde lo más que se veía antes eran conejos, liebres o raposas (el zorro también es una especie de transmisión de la triquinosis). En la caza mayor de León no se detectó durante el pasado año ningún caso de ejemplar que pudiera transmitir enfermedades al hombre, aunque los veterinarios analizaron oficialmente casi trescientas muestras. La cifra resulta casi ridícula, por lo baja, según todas las fuentes consultadas por este periódico, de acuerdo con las cuales la cifra de ejemplares abatidos es, como mínomo, del doble o el triple. La explicación también es relativamente fácil: el análisis de un cerdo doméstico cuesta mil de las desapareridas pesetas, según las tarifas oficiales, mientras que las de un jabalí se multiplica hasta por diez. En consecuencia, la revisión del animal, que es la misma en trabajo y técnicas, figura en los partes oficiales como si el jabali fuera un cerdo doméstico: la especie animal es la misma y el veterinario de la zona también, teniendo en cuenta, a mayores, que los técnicos sanitarios de la Junta casi no se dignan pasar los los pueblos y que quienes atienden la cabaña ganadera sobre el terreno no tienen más remedio que trabajar por libre y con tarifas igualmente libres y a la baja. Este hecho es reconocido oficiosamente tanto desde la Junta como desde los colectivos de veterinarios rurales, «colaboradores», que sí se taean día a día los pueblos, para los que la técnica de detectar enfermedades en un cerdo, salvaje o de casa, no deja de ser siempre la misma, y el coste también. El estatus de funcionario o no tampoco le importa a nadie a efectos de salud, salvo a efectos de papeles oficiales.