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Un comunista incombustible

Santiago Carrillo cumplió esta semana 90 años acordándose de su amigo Adolfo Suárez. Al final de su vida, sigue definiéndose como «un buen comunista»

Santiago Carrillo, en una foto de archivo con su inseparable cigarrillo

Santiago Carrillo, en una foto de archivo con su inseparable cigarrillo

Publicado por
Enrique Clemente - redacción
León

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«Si creyera en los milagros, me gustaría que hubiera uno: que Adolfo Suárez se recuperara y estuviera aquí con nosotros». Santiago Carrillo dedicó a su gran amigo, cuya figura defiende apasionantemente, el brindis de la cena en la que celebró esta semana su noventa cumpleaños rodeado de sus mejores amigos. A tan provecta edad, se califica todavía como un «francotirador de la política de izquierda». Noventa años plenamente vividos, llenos de luces y sombras, de episodios oscu-ros, dramáticos, condenables, apasionantes, aventureros, y valerosos. Una vida que con-sidera «muy dura» y que dice haber podido soportar gracias a la fuerza y la voluntad que le dieron sus ideas comunistas y al apoyo de su familia, con su mujer Carmen a la cabeza, que le acompaña desde hace 57 años. Carrillo ha sido protagonista de la política española durante buena parte del siglo XX, desde los años 30 a los 90. Fue el hombre de hierro, frío e implacable que no dudó en romper la relación con su adorado padre por motivos políticos, al que se responsabiliza de la matanza de Paracuellos, el que purgó sin escrúpulos al Partido Comunista de España de personajes tan sobresalientes como Clau-dín y Semprún. Luces y sombras También el impulsor de la política de «reconciliación nacional» en 1956, el referente de la oposición al franquismo en sus 37 años de exilio, el inventor del «eurocomunismo» como alternativa al régimen soviético, el hombre que se disfrazó con peluca y lentillas para pasar clandestinamente la frontera española en 1976, el político lúcido y generoso decisivo para que triunfara la transición a la democracia y uno de los tres valientes (junto a Suárez y Gutiérrez Mellado) que no se tiraron al suelo durante el golpe de Estado del 23-F. Ese día, confiesa, estaba convencido de que iban a matarle y decidió mantenerse en su sitio para que los golpistas comandados por Tejero no se rieran de él en ese momento decisivo que vislumbró como final. Nacido en un hogar socia-lista, recuerda cómo antes de cumplir cinco años la Guardia Civil iba a su casa a detener a su padre, militante del PSOE y la UGT. Este autodidacta que sólo pudo estudiar hasta los 13 años fue el artífice de la fusión de las Juventudes Socialistas y las Comunistas en 1936, año en el que ingresó en el PCE. Fue el responsable de Orden Público y miembro de la Junta de Defensa de Madrid durante la Guerra Civil, época en la que sucedió la matanza de Paracuellos. Fue el responsable de reorganizar el PCE en la clandestinidad y desde 1946 fue el delfín de Dolores Ibarruri. Durante su interminable exilio, pasaron por su despacho de la calle Notre Dame todos los miembros destacados de la oposición al franquismo. En 1960 fue elegido secre-tario general del PCE, cargo que ocupó hasta el desastre electoral de 1982. En 1985 fue expulsado del partido en que había militado durante casi medio siglo. Este longevo incombustible, que aún sigue fumando sus cigarrillos ingleses, conserva la lucidez y la pasión por leer, aunque padece problemas en la vista. Consciente de que se puede morir en cualquier momento, quiere decidir li-bremente el final de su vida. A estas alturas dice haber sido y seguir siendo «un buen comunista» y no como los dirigentes soviéticos que llevaron a la desaparición a la URSS.

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