Los fondos documentales de la represión franquista esconden cientos de historias solapadas una vez más por la polémica
Con el corazón en un papel
«Todos los niños que íbamos a Rusia en un barco que finalmente fue apresado por Franco en Ferrol fuimos bautizados por un fraile; éramos los hijos de los rojos» TOMÁS BAÑUELOS, hijo de represaliados Lo político ha llevado a un segundo plano el verdadero latido de los papeles que prueban la crueldad de la represión franquista. Hoy sólo son legajos archivados o una simple ficha, pero están escritos con tinta que relata la vida de muchos hombres y mujeres de la España de Franco, de ganadores y tumbados, de víctimas y verdugos. La de Francisca Ruiz (99 años) es una de esas historias descorazonadoras. Su biografía -la de su marido también- es una de tantas que figuran en el Archivo Militar de Ferrol, donde han ido a parar los expedientes de los juicios sumarísimos instruidos en León, más de 7.000. «Fue fatal», recuerda la nonagenaria con la mirada perdida en una vieja foto. Es un retrato sepia. Junto a la joven y bella mujer está el esposo, un comandante republicano de nombre Lorenzo Bañuelos. Desde aquel lejano día que posaron juntos, su vida se retorció. Lorenzo era en 1936 un excelente picador en la mina. Ganaba 500 pesetas al mes. Presidía, además, el comité local de las Juventudes Socialistas en Barruelo de Santullán (Palencia), algo que después se convertiría en su mayor condena. Era un intelectual autodidacta y en su casa nunca faltaba la música; un gramófono y el primer receptor de radio del pueblo prueban su interés. Su salón estaba presidido por un retrato de Pablo Iglesias. El hijo con nombre de batallón «Un día, cuando estaban viniendo por él, huyó. Se metió en un maizal, pero lo encontró un mando alemán. Le pegaron un tiro en el pie y lo detuvieron. Estuvo preso en varias cárceles, entre ellas las de Santander y Palencia. Después se lo llevaron a Fabero y lo metieron en un campo de concentración, allá por los barracones», declara su hijo Tomás, bautizado originariamente como Mateotti en honor al batallón de milicianos que se desplazó hasta Teruel a los pocos días de declararse el movimiento. La vida de Lorenzo, lo que pensaba y en lo que creía, permanece en la memoria de los suyos y en los papeles. «Se acuerda no pasar por alto sin recurrir a una sanción al ex compañero M... A... por el hecho cobarde de romper el carné de esta entidad». La entidad era el comité de las Juventudes Socialistas de Barruelo de Santuyán, que él dirigía con disciplina militar, y el escrito refleja un acuerdo para sancionar a un disidente. «Cuando estaba en la cárcel, era el cabecilla de los presos», señala Tomás por lo que tantas veces escuchó en boca de su padre. Un día de Santa Bárbara, Lorenzo decidió no bajar a la mina de Fabero, en la que trabajaba para reducir su condena de prisión. Los obreros tenían la ropa rota y su plante consiguió fundas para todos. Por su trayectoria, el Estado le concedió una medalla ya en los años de la democracia, una distinción que su familia ha unido a la tarjeta de identificación oficial de las fuerzas armadas de la II República y que guarda celosamente junto a los recuerdos personales de Lorenzo. En un barco nauseabundo Hubo condecoración, pero el papel no ha borrado aún las huellas de la opresión. «Es duro pensar lo que llegamos a pasar», lamenta Tomás Bañuelos. «Nos habíamos marchado para Rusia en barco, pero al final fue apresado por Franco y nos desembarcaron en Ferrol». «Yo no me acuerdo de todo aquello porque nací en el 37 -agrega-, pero mi madre siempre decía que aquello era asqueroso. Estábamos todos hacinados en la bodega. La gente hacía sus necesidades en una esquina porque les habían encerrado y todos los niños tuvimos que ser bautizados por un fraile; éramos los hijos de los rojos». Los documentos archivados en Ferrol relacionados con esta familia no cuentan tampoco el día que Francisca, con tres hijos a pie y uno más en brazos, recorrió kilómetros y kilómetros para coger un tren hacia Asturias. «Marchamos a escondidas -narra lentamente- y nadie nos quiso ayudar. Anduvimos y anduvimos por el monte hasta que lo cogimos. En el viaje, eché en falta a una de las niñas, no la veía por ningún sitio y ya habían pasado dos estaciones desde que habíamos partido. Bajé del tren y volví andando a buscarla hasta que la encontré». La historia inacabada A Toñi Abad todavía se le encoge el corazón cuando renueva el recuerdo. Su familia es originaria de Espina de Tremor, en el Bierzo, y su historia no pudo ser finalmente contada por la escritora Dulce Chacón, que pereció antes de llevar la vida de la familia Abad a un libro. «Qué se puede decir de una persona que llamó a su primer hijo Darwin, pues que era una persona instruida», asegura Toñi, ahora involucrada en rescatar la memoria de su abuelo, el único de sus familiares represaliados que aún se encuentra en paradero desconocido. El padre de Toñi, Benjamín Abad Mayorga, fue condenado en dos ocasiones. La primera, a 30 años de cárcel por adhesión a la rebelión. Y la segunda, por auxiliar a milicianos heridos en el monte. «Recuerdo cuando mi padre sacaba su carpeta para escribir y mandar una carta. Siempre me dejaba pegar el sello y para mí era una fiesta porque daba muchos golpes con la mano en el sello. Por entonces yo no sabía lo que pasaba porque él siempre era muy sutil, pero ahora me doy cuenta que se trataba de dar mazazos en la cara de Franco». El 15 de agosto del 2002 -para Toñi es una fecha inolvidable-, se enteró por este periódico de la localización de su tío Majín Abad, fusilado por las tropas sublevadas y enterrado en una fosa en La Retuerta. Fue a través de una carta enviada por un lector. En ella se apuntaba el paradero de Majín, por entonces con sólo 19 años, y el de otros dos hombres, uno de mediana edad y otro de 82 años, por lo visto una gran amenaza para los falangistas. «Durante el Gobierno de Felipe González, cuando concedió una paga a los que habían sido represaliados le pedí a mi padre los papeles para arreglarlo. ¿Sabes lo que me contestó con enfado? ¡Cómo van a pagar a mi padre!». El abuelo, de arraigados principios socialistas, fue una persona culta que vivía de lo que ganaba en su tienda. Se lo llevaron el 20 de octubre de 1937. Sus hijos, de la misma ideología, se encontraban en el monte refugiados de las fuerzas represoras cuando sus verdugos quisieron hacer un trueque. Hicieron correr la noticia de que Jorge Abad Domínguez estaba detenido y que sería puesto en libertad si sus hijos se entregaban. «No bajaron del monte y lo mataron a golpes», asegura Toñi. Su empeño le llevó a localizar primero a su tío. Problemas de salud le impidieron seguir con la búsqueda de su abuelo, que ahora piensa retomar con ímpetu. Dice Toñi que, después de escuchar sus historias, Dulce Chacón y ella recitaban juntas poemas de Miguel Hernández. Muerte y destierro «Cuando estalló la Guerra Civil, al primero que mataron fue a mi hermano Pascual, que era sindicalista. Vinieron los falangistas de Argallo y lo cogieron cuando estaba saludando a un vecino. A raíz de ahí vino todo lo demás», narra Arturo Ramón, otra de las vidas que aún vibra sobre los papeles de los archivos. Ahora vive en Fabero junto a su mujer, pero hubo un tiempo que su familia fue desterrada a Barco de Ávila. Él tenía en aquel momento ocho años. «Las fuerzas estaban en Fabero, se concentraron aquí. Luego llegó la Falange y yo me acuerdo que los niños no hacíamos más que poner banderas blancas por todos los sitios. Los más pequeños dormíamos en pajares». Cuando su hermano Pascual fue ejecutado, la familia se trasladó a Fornela. Allí vivieron entre el 36 y el 38. Su padre, Amadeo, y su otro hermano, del mismo nombre, se echaron al monte dejando atrás a una madre con cuatro pequeños. Con el tiempo, el padre se entregó y fue enviado a la cárcel de Gijón, hasta que se escapó. «Dicen que mi hermano fue de los que estuvo en Barcelona luchando hasta que se pasó a Francia al exilio», explica Arturo. Un minero de doce años Ese panorama le obligó a empezar a trabajar en la mina con doce años. «Ganaba seis pesetas al día para todos, porque me quedé yo de responsable». No en vano es el séptimo de once hermanos. Otro de ellos murió en la cárcel de Madrid en el 47. «Teníais que pasar el 41 como yo para que vierais lo que es», exclama la mujer de Arturo cuando habla ahora a los suyos. Es una de esas expresiones que denota haber pasado manifiestas carencias, las que se vivieron durante los años de la guerra y la guerrilla. «Aquello era algo parecido a lo que se ve ahora por la tele en esos países pobres que están en guerra», dice Arturo con el corazón en un papel. «Para mí era una fiesta cuando mi padre me dejaba pegar a mazazos el sello de Franco en una carta» TOÑI ABAD Familiar de represaliados «Aquello fue algo parecido a lo que se ve ahora por la tele en esos países pobres en guerra» ARTURO RAMÓN Familiar de represaliados