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Ricardo Martín - madrid
León

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Tarde soleada en Madrid, casi primaveral, familias de mediana edad, algunas acompañadas por sus hijos adolescentes se dirigen a la manifestación convocada por la Asociación de Víctimas del Terrorismo. Días antes, las cuñas de radio con las voces de miembros de ¡Basta Ya¡, como José Mara Calleja, invitaban a manifestarse entre Cibeles y Sol para trasladar la solidaridad ciudadana con las víctimas del terrorismo y sus familias. Carteles apócrifos con la cita habían aparecido a lo largo del viernes y el sábado por la mañana en instalaciones deportivas municipales y en algunas esquinas de céntricas calles de la capital de España. La cabecera de la manifestación emprende su breve trayecto con una puntualidad inusual en este tipo de actos. La asistencia es mucho mayor de la que esperaban las autoridades municipales y de la Delegación del Gobierno, y seguramente por ello una de las calzadas que sube por la calle de Alcalá permanece abierta a la circulación hasta que, minutos más tarde, los manifestantes, que rebasan los cincuenta años en su inmensa mayoría, acaban ocupando la vía. Desde el primer momento se otean sobre las cabezas del público multitud de banderas de España sin el escudo constitucional. La tensión, que al principio no se percibe, crece por momentos cuando de las gargantas de distintos grupos brotan vivas a España y estribillos alusivos al presidente del Gobierno: «Zapatero, ¿dónde estás?». Y otros replican, «Mentiroso», «Dimisión». El clima es visiblemente emotivo cuando se escucha «España, entera y sólo una bandera», mientras se los que siguen como espectadores el cortejo asienten: «Bandera sólo hay una, sobran las demás; ya está bien¿». En las pocas pancartas desplegadas o en folios que portan manifestantes aislados puede leerse: «ETA, negociación no» y «1.000 muertos, cadena perpetua para los asesinos de ETA». Las mujeres, mayoría, son las más entusiastas y el blanco favorito de sus insultos es Zapatero. Con semejante clima no puede extrañar que algún grupo de manifestantes intentara agredir al ministro Bono. Para los cronistas de la transición de los setenta, re-sulta inevitable rememorar escenas parecidas con dos protagonistas excepcionales, Adolfo Suárez y Gutierrez Mellado. Se había convertido en ritual el intento de acoso y derribo físico a los gober-nantes de la UCD, a los que se acusaba de débiles frente al terrorismo y de romper España. Sus adversarios en la calle eran gentes bien vestidas y de edad madura, que les exigían volver a la España unitaria y acabar con el terrorismo a cualquier precio.