Diario de León

Ni quién ni por qué, sólo dónde y cómo

La reconstrucción de los últimos momentos de la joven no ha llegado a ser practicada. A excepción de algunas lagunas, la familia de Sheila ha logrado recrear sus diez últimas horas

JUÁREZ

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C. Vergara / M. Romero - villablino
León

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Sheila Lorena Barrero Fernández era la menor de cuatro hermanos. Tenía 22 años cuando le sesgaron la vida en el gélido amanecer del 25 de enero del 2004. No era confiada en exceso y sabía muy bien cómo parar los pies a cualquiera. Quienes la conocían dicen que era de ese tipo de personas con magnetismo y un gran poder de atracción. La «nena», como la llamaba cariñosamente su madre, se había diplomado en Turismo y trabajaba en una agencia de viajes en Gijón de lunes a viernes. El atractivo de un dinero extra la llevó a poner copas los sábados por la noche en un conocido pub de Villablino. A partir de su salida de este establemiento, todo es confusión. La familia, que no ha cejado en su lucha por agotar cualquier posibilidad que ayude a encontrar al asesino o asesinos de Sheila, ha solicitado la reconstrucción de los hechos que sucedieron esa funesta madrugada. A la espera de que se desarrolle la citada recreación y lejos de suplantarla, el entorno de la joven sostiene que así transcurrieron sus últimas horas. Desde que sale de casa hasta el cierre del pub donde trabaja A las diez de la noche del día 24 de enero, Sheila se está arreglando en su casa. Como cualquier joven de su edad era coqueta, aunque limitaba mucho su gasto en ropa porque quería ahorrar. Vivía con sus padres en la localidad asturiana de Degaña y esa noche no tenía coche para acercarse a Villablino porque lo había llevado al taller. Un amigo de Caboalles la fue a buscar sobre las diez de la noche. Al llegar a la capital lacianiega entraron en el bar Osiris, se tomaron algo y, al llegar la medianoche, Sheila se fue al pub donde trabajaba. La madrugada transcurrió con normalidad. No pasó nada -ni peleas ni discusiones- que haga sospechar que su trágico final se desencadenase por algún motivo relacionado con el trabajo. Sheila, entre otros amigos, recibió la visita de uno de los empleados de un taller de confianza donde había dejado el coche para arreglar. Le entrega las llaves y le dice que lo tiene aparcado en las cercanías del pub Guei, donde suele acudir la joven después de salir de su trabajo. Por esas fechas había viajado a Punta Cana. Trajo como recuerdo una botella de licor, que abrió al acabar su jornada. Se tomó unos chupitos con sus compañeros y amigos y cerraron el pub. Eran las siete de la mañana. Era una chica rutinaria y controlaba estrictamente sus horarios, por lo que a esa hora, como solía hacer casi siempre, se fue al citado pub a encontrarse con sus amigos y tomarse algo antes de marchar de nuevo para Degaña. Un emotivo cambio de zapatos y su última presencia En el citado establecimiento se encuentra con un grupo de amigos y conocidos y se sienta a descansar. En ese momento le duelen especialmente los pies y un amigo le ofrece sus zapatos. Se los cambia, pero insiste en que su noche ha sido larga y que quiere irse para casa. Se despide de todos y sale a la calle a recoger su coche. Dos de sus amigos la acompañan hasta el coche, charlan un pequeño rato y quedan en que la seguirán en su vehículo hasta el puente de Caboalles, donde ellos se desviarán. Se despiden. Ella entra en su vehículo y ellos hacen lo propio en el suyo. Es el último momento en el que alguien la ve con vida. A partir de esta hora comienzan las contradicciones y las horas en vacío que impiden, al menos de momento, dar con el paradero de su verdugo o verdugos. Sus amigos le advierten de una avería en el coche Ni siquiera son las ocho de la mañana. Sheila conduce su coche por la carretera que une Caboalles y Degaña por el puerto del Cerredo (LE-733). Antes de desaparecer para siempre, los amigos que la siguen en su coche se dan cuenta de que lleva un foco fundido. Uno de ellos le envía un mensaje al teléfono móvil y la advierte de la avería. En el sms le piden que realice una llamada perdida cuando llegue a su casa para tranquilidad de todos. Sheila nunca pudo llegar a hacer esa llamada. A partir del puente de Caboalles no existen pistas concluyentes que aclaren o al menos acerquen a una teoría sobre la muerte de la joven. Dos cazadores guardaron silencio durante meses Tras el momento en el que sus amigos la ven por última vez -a partir del puente de Caboalles ella parte hacia el puerto de Cerredo y ellos siguen por la comarcal 631- se produce una de las circunstancias que más llama la atención en este caso. Son las 8:09 horas del 25 de enero. Comienza a bajar la niebla, pero la visibilidad no es del todo mala. Dos cazadores que se dirigían a una batida desde Villablino hacia la vertiente asturiana de Cerredo se encontraron con un coche estacionado en el medio de la carretera. El vehículo se encontraba a unos 30 metros de donde después aparecería el cuerpo sin vida de Sheila. Exactamente estaba a la altura del tercer palo de la curva más cerrada del Alto de Cerredo. Los dos hombres tuvieron que hacer una peligrosa maniobra para sorterar el vehículo parado en la calzada. Disminuyeron la velocidad bruscamente y lo pasaron por la izquierda en el estrecho margen de carretera que les dejaba el coche estacionado. Estos dos testigos nunca dijeron nada. Ni avisaron a la Guardia Civil para que retirara el vehículo ante la evidente temeridad que suponía ni mucho menos lo comentaron con nadie. Varios meses después, la Guardia Civil identificó a ambos cazadores y los llamó a declarar en calidad de testigos. Sus versiones son, en algunos detalles, muy confusas. Uno de ellos vio un coche «blanco» y el segundo lo vio «oscuro». A pesar de reducir la velocidad y de pasar al ras del vehículo parado sostienen que no vieron absolutamente nada, y mucho menos algo que les hiciese sospechar de tan trágico final para la joven. Su hermano dio con el cuerpo tras iniciar la búsqueda Todo lo que ocurrió entre las ocho de la mañana y las doce de mediodía, hora en la que hallaron el cadáver, es una laguna y sólo quienes investigan conocen detalles que es preferible no contar para no interferir en las pesquisas. Sólo se sabe que el coche de Sheila fue desviado en algún momento hacia un descampado situado muy cerca del Alto del Cerredo. El vehículo fue llevado a un extremo del prado y estacionado junto a una caseta, nadie sabe si con la intención de que no se viera desde la carretera. Llegado el mediodía del domingo día 25, salta la alarma en casa de Sheila. No ha llegado aún a casa. Sus padres se comienzan a preocupar, pero dan por hecho de que se ha quedado a dormir en casa de su hermano Elías, en Villablino, dado que ellos pensaban que no le habían entregado el coche en el taller. Pero Elías llegó con su familia a Degaña para comer, como hace todos los domingos. Sheila no estaba con él. Durante el trayecto, a pesar de la niebla, observó un coche blanco estacionado en el descampado de Cerredo, pero no le dio mayor importancia. Esa imagen le vino enseguida a la cabeza y se trasladó hasta allí. Fue él quien abrió la puerta y se encontró con su hermana, ya fallecida. Alguien había acabado con su vida de un tiro en la nuca. La mataron por la espalda; evitaron su última mirada. Para ello utilizaron un arma de calibre 6.35 milímetros, pequeña pero suficiente para ser letal. El cuerpo de Sheila se encontraba tendido sobre el volante y sus pertenencias se encontraban intactas en el interior del vehículo. Una media rota a la altura de la ingle apuntaba hacia un posible intento de agresión sexual. Después de su hermano llegó su padre, Elías. Y después, su madre, Julia. Desde entonces, el dolor en esta familia se ha hecho insoportable. No se quitan de la cabeza la imagen de Sheila Barrero Fernández dentro del vehículo.

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