Diario de León
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Miguel-Anxo Murado - león
León

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Más que una cumbre, Sharm el Sheij ha sido una fotografía. Con ella, Ariel Sharón ha dado carta de naturaleza a Mahmud Abás como interlocutor. A cambio, Abás ha ejecutado un acto edípico de eliminación de Yaser Arafat, cuyo nombre no ha se pronunció una sola vez allí. No le ha costado a Abás, cuyo futuro depende de una apuesta a la vez fácil y difícil: lo fácil, tener más iniciativa que Arafat, lo difícil, lograr algún resultado más que él. Sharón se ha cuidado de poner todo el énfasis en la «seguridad», un término que se traduce por la ausencia total de violencia contra los israelíes. El primer ministro necesita esa tregua para poder concluir tranquilamente su «plan de desconexión»: un estudiado abandono de algunos pequeños terrritorios palestinos que le permitirá dictar las fronteras del futuro miniestado. Abás también necesita la tregua. Es su oportunidad para tomar el control de las fuerzas de seguridad y reafirmarse en el poder. También cree sinceramente que este es el camino de la negociación, como lo creyó Arafat antes que él. Como aquél, todo lo que Abás puede prometer es una «calma», una tregua informal. ¿Por qué? Porque no es él, sino la oposición palestina, quien tiene la llave de esa tregua. A Abás le bastan las vagas promesas de negociación, pero no a estos grupos que (como Israel) sólo creen en la presión militar. En cuanto al pueblo palestino en sí, su interés no es ni la negociación de Abás ni la humillación de Israel que busca Hamás. Lo que esperan ellos es un aligeramiento de la carga de la ocupación: la suavización de los controles militares, la posibilidad de volver a Israel como mano de obra barata, la paralización (al menos) en la construcción de asentamientos y del Muro¿ A nada de esto se ha comprometido Sharón, ni Abás se ha atrevido a pedírselo.

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