Los vecinos se resignan a vivir en el caos
A un mes escaso del aniversario del 11-M y sólo tres días después del atentado de ETA en Ifema, Madrid volvió a padecer una madrugada de angustia, con la tragedia bordeando su corazón financiero y con el fantasma de las Torres Gemelas sobrevolando el inconsciente colectivo de sus habitantes. La capital de España parece haberse acostumbrado a vivir en el filo del caos, y ayer funcionó como un reloj ante el incendio en el edificio Windsor: decenas de bomberos de la Comunidad y del Ayuntamiento, miembros de Protección Civil, agentes de las policías local y nacional y sanitarios de los servicios de ambulancias municipal y autonómico se coordinaron sobre la marcha acordonando perímetros, evacuando viviendas, alejando a los curiosos de las zonas de riesgo y enfriando con espuma y agua a presión los edificios colindantes para evitar que el fuego se extendiera. A su alrededor, en unos quinientos metros a la re-donda, se agolparon miles de ciudadanos que, desde la medianoche hasta el amanecer, contemplaron estupefactos cómo las llamas iban pelando la estructura exterior del edificio, como si se tratara de un plátano maduro del que se iban desprendiendo toneladas de vidrio y metal incandes-cente, y que caían sobre el asfalto levantando un sordo estruendo de cenizas y polvo entre bolas de fuego de dece-nas de metros de altura.