Un muerto sobre la mesa
«Cuando ETA quiera negociar pondrá 100 muertos encima de la mesa». La frase la dijo en su día la etarra Belén González Peñalva, Carmen, cuando la capacidad asesina de la banda le permitía semejante desafío. Hoy, el principio es el mismo. «Tenemos que poner muertos sobre la mesa cuanto antes», dice Txeroki, aunque en este momento ETA suma a su miseria moral una acuciante miseria material. «Tendréis que poner patas arriba a un enemigo uniformado», añade. A eso, a asesinar un uniforme, es a lo máximo que aspira hoy ETA, auque el objetivo es el mismo que apuntaba Carmen: negociar desde una posición de fuerza. La siniestra búsqueda de sangre de la banda indica que empieza a considerar inevitable su propio final. La experiencia del IRA enseña que el mejor, acaso el único argumento del terrorismo en una negociación es la acumulación de cadáveres. En febrero de 1996, cuando la tregua en Irlanda se daba ya por segura, el IRA colocó un potente camión bomba en el rascacielos londinense Canary Wharf. Lo preocupante es que sólo diez días después de ese terrible atentado el entonces primer ministro británico John Major anunció una fecha para el inicio del diálogo, algo a lo que se había venido negando. Poco después, en 1997, el IRA declaró la tregua definitiva que propició el Acuerdo de Viernes Santo en abril de 1998. ETA parece haber asumido que la estrategia de Otegi y su «rama de olivo» no forzarán ni la negociación con la banda ni la legalización de Batasuna. Por ello, estaba dispuesta a dejar a Otegi sin argumentos con un atentado antes del referéndum. ETA está convencida de que sólo con sangre se abrirá el diálogo. El Gobierno asegura lo contrario. Que sólo con la renuncia a la sangre habrá diálogo. La democracia necesita que sea el Gobierno quien imponga sus razones.