¡Hijos míos, León es León!
Una recepción en el Ayuntamiento de Barcelona, un rápido paseo por el barrio gótico y una comida con botillo y la nostalgia de los emigrantes ocuparon el fugaz día junto al mar
Quizá fuera fruto de la casualidad o quizá presagio de lo que se avecina en la UPL. El caso es que cada vez que el jefe de filas de los leonesistas, Joaquín Otero, se acercaba a la cabina del avión que viajó a Barcelona las turbulencias sacudían el vuelo 220. Nada para echarse a temblar, pero desde luego rompían la calma del primer viaje a la ciudad condal en esta nueva etapa. El Santa María de Carracedo partió de La Virgen del Camino a tiempo (9.25), pese a que inicialmente se anunció un retraso de dos horas. Durante el vuelo del supuesto avión rojo, -el que viajó a Madrid fue bautizado como el azul, aunque diría que los dos escoraban más bien a la izquierda por la escasa presencia de miembros del PP entre el pasaje- políticos, empresarios, representantes de hoteles y del sector turístico, periodistas y tripulación compadrearon como si de una excursión de colegio se tratara: 28 pasajeros y cinco tripulantes. A la llegada al aeropuerto de El Prat, no sin antes tranquilizar el corazón tras los virajes cuando la aeronave alcanzó el mar, los paneles volvían a mostrar el vuelo de León, desde luego casi el más exótico, junto con el de Damasco, en una lista de destinos europeos de lo más convencionales. El presidente de la Casa de León en Barcelona, Joaquín Llamazares, recibió a la expedición y fue su guía durante las menos de seis horas que permaneció en Barcelona. Desde luego, sus comentarios no tenían desperdicio: «Cuidado con las carteras y otras cosas en Las Ramblas», «Hijos míos León es León, aunque Barcelona es muy linda» o «Esto es León (por la Casa de León) y lo demás territorio conquistado». En la recepción del alcalde de Barcelona, el presidente de Agelco, Nacho Tejera, pasó más de un apuro para explicar a Clos (piloto de profesión) las características de los aviones de Lagun Air. Mientras, un grupo de chicas de la expedición en apuros no tuvieron más remedio que utilizar el baño privado del regidor catalán. «Ahora estoy bajo tierra», exclamó Clos al ex alcalde de la ciudad, Paco Fernández, al preguntarle qué tal le iba. Se ve que el caso El Carmel no le deja ni de día ni de noche. Un botillo en la Casa de León puso fin a la apretada agenda, que continuó en el avión de regreso, donde corrieron los gin-tonic para ayudar la digestión, se entiende...