Diario de León

Las malditas mochilas

Renfe admite que es imposible registrar a más de 300.000 personas que a diario viajan en los trenes de cercanías con algún tipo de fardo o mochila

Un tedax entrena a un perro para la búsqueda de explosivos

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C. Calvar - madrid
León

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Desde el día de la matanza, cualquier bolsa o maleta abandonada en la red de cercanías o en el Metro de Madrid dispara el temor de los viajeros. Es «raro» -afirma un portavoz de Renfe- el día en que no aparece una mochila o cartera perdida. Casi siempre contienen libros o bocadillos y pertenecen a estudiantes o trabajadores, pero la reacción ante ellas de los usuarios del transporte es ahora muy distinta. «Antes, el que podía se la llevaba; ahora, ni se acercan a ellas», explica un maquinista. Renfe reconoce que es «imposible» el control absoluto de los más de 400.000 viajeros que a diario utilizan la red de cercanías, de los que unos 300.000 llevan consigo algún tipo de bolsa o fardo. Sus responsables comparan la efervescencia de Atocha en hora punta con un aeropuerto, donde la seguridad es obsesiva: El «cercanías» está abierto a todo el área metropolitana de Madrid; todos los trenes -1.300 al día y con márgenes de pocos minutos- pasan por Atocha o acaban allí su recorrido. En ese contexto «no puedes citar a la gente media hora antes para embarcar», subrayan. Miedo entre los viajeros En los días que siguieron al atentado los usuarios temblaban si un viajero accedía al tren con bultos grandes o cuando aparecía un paquete solitario en el portaequipajes o bajo un asiento. Enseguida alertaban al conductor o a los vigilantes para que en la siguiente estación los sacaran del tren; los maquinistas del 11-M confiesan que «por si las moscas» no han vuelto a coger una bolsa: «ahí se queda aunque dentro tenga muchos billetes». Antes, ellos mismos las cogían y las llevaban a la oficina de Atención al Viajero. Ante una alarma de esas características el maquinista avisa por radio a los guardias de seguridad, que en la siguiente parada sacan el bulto del tren para revisarlo. Si el morral -por sus dimensiones, peso y tacto o porque contiene algún tipo de cableado- despierta sus sospechas, lo aíslan del público y avisan a la Policía o a la Guardia Civil, que activa sus habituales protocolos de seguridad ante una amenaza de bomba.

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