Diario de León

Piqué, fiscal del «oasis» catalán

El PP proclama el fin de la plácida convivencia en la política catalana y pide que el país «deje de estar repartido entre CiU y PSC», pero los otros cuatro grupos lo dejaron solo ayer

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A. Lugilder - barcelona
León

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El Parlamento catalán, situado en el parque de la Ciudadela, comparte vecindario con el zoo, el antiguo hogar de Copito de Nieve. La proximidad da para muchos chistes ahora que se ha corrido el telón y han comenzado a emerger, a través del túnel del Carmelo, las miserias del oasis. Sin embargo, los modos de la política en Cataluña todavía mantienen pautas más parecidas a las de Holanda, el modelo internacional del consenso, que a las de Madrid o, también, Santiago de Compostela. Resulta imposible imaginar a Carod Rovira, por más estrambótico que resulte, con un zapato en la mano aporreando su escaño, cual Beiras en Galicia. O a un Piqué que, emulando a Xaime Pita, dijera que los seguidores de Esquerra nacen con una marca. Piqué, que ayer tuvo su día de máxima gloria mediática en Cataluña, proclamó el fin del oasis catalán. Seguramente tenga razón. Desde que Jordi Pujol dejó el Palau de Generalitat en diciembre del 2003 y entró en su lugar el socialista Maragall, el torbellino de escándalos han socavado los cimientos de lo que se podría denominar régimen «socio-convergente». Por eso, el líder del PP apostó ayer desde la tribuna por el fin de «un país repartido entre PSC y CiU. No sólo en la obra pública». A Pujol se le atribuye la profecía, de 1992 de que si los socialistas llegaban a gobernar Cataluña, lo harían a través del alcalde de la Barcelona olímpica, Maragall, un hombre vinculado a la burguesía catalanista. Ésta conforma una de las dos almas del PSC. La otra, la de los inmigrantes en España, tiene en el ministro José Montilla a su principal referente.

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