Diario de León

¡Qué sea enhorabuena!

La mayoría de los presos indultados desde 1998 han normalizado su vida, trabajan y han formado una familia o regresado a su lado

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A. Gaitero - mansilla de las mulas
León

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El indulto de Alfredo rompió la monotonía en el pabellón número 8 de la prisión provincial de León, ubicada en Mansilla de las Mulas en la antesala de la Semana Santa. El riojano de 37 años firmó en enero una petición para acogerse a la medida de gracia avalado por la junta de tratamiento del centro penitenciario y por la cofradía del Santo Cristo del Perdón. Desde entonces, el tiempo ha transcurrido lento. «Primero me dijeron que tenía el 80% de posibilidades de que me indultaran y ayer -el jueves pasado- que las posibilidades eran del 99,9%». Alfredo ya había agradecido al abad de la cofradía, Ángel Carlos Carbajo, su intermediación en el indulto. Un anticipo para empezar su nueva vida. «¡Qué sea enhorabuena!», le felicitarán esta tarde tras hacerse oficial el indulto ante el Locus Appellationis. Alfredo inicia hoy una difícil prueba, cumplir su promesa de no regresar. Tal vez le sirva la experiencia de quienes han salido por delante de él desde 1998 y han conseguido rehacer su vida, emprender nuevos proyectos y sostener sus familias. Es el caso de Covadonga, la primera indultada que este año ha querido asistir a la procesión para contemplar un momento que la emoción no le dejó escrutar suficientemente aquel 7 de abril. Esta mujer de 47 años, que ya se ha hecho abuela, asegura que ha logrado salir adelante porque «soy muy fuerte». La libertad no se lo puso fácil; primero tuvo que pasar el trago de la muerte de su madre y al mismo tiempo vio que podía volver a caer en una trampa peor que la de una sentencia. Covadonga puso tierra de por medio para poner fin a una relación que le hubiera costado un precio muy alto, subraya. Desde el nacimiento de su tercera hija, en noviembre del 97, disfrutaba de tercer grado y luego trabajó como jardinera en el Ayuntamiento de León, pero no dudó en marchar de la ciudad para poner distancia con el peligro y ponerse a fregar oficinas. Su padre -la madre falleció al poco tiempo de su libertad- le ayudó y animó a meterse en una hipoteca. Para Antonio Picó, el segundo indultado, la medida de gracia supuso romper de una vez por todas con una situación ambigua: desde 1994 hasta 1999, el año del indulto, disfrutaba de tercer grado. Trabajaba y llevaba una vida normal en su pueblo, Villada (Lugo), pero oficialmente mantenía la condición de preso y el peso de unos delitos que había cometido en 1998 para costearse la droga. Ahora es encargado de una empresa familiar de obra pública y tiene un hijo que ya ha cumplido 13 años. Por eso dice que «aún tengo la cuenta pendiente conmigo mismo». «Soy autónoma y estoy muy a gusto porque llevo dos años haciendo lo mismo y veo que la gente confía en mí». Son las palabras de Silvia, la ex presa que salió en libertad por el indulto concedido en la Semana Santa del 2000. «Creyente no soy -explica- pero lo viví a mi manera; fue mi segunda oportunidad», indica al recordar el acto del perdón. Aquel día no sabía si reir o llorar. Pero lo cierto es que se acababa un mal sueño. La felicidad completa llegaría en junio cuando su novio, condenado por el mismo delito, también fue excarcelado. Al cabo de un año había nacido su hijo. Lo cría con la ayuda de sus padres. Durante el 2001 y el 2002 fueron indultados Javier y Ángel. La cofradía del Perdón ha perdido el contacto con ambos, aunque los internos de Mansilla saben que el segundo ha tenido que volver a ingresar para cumplir una condena pendiente. Una señal Andrés y Arturo, indultados del 2003 y el 2004, trabajan fuera de León. El primero de yesista en el País Vasco. Siempre ha dicho que «lo que me salvó a mí fue el trabajo» y una novia que luchó con él lo indecible para sacarle del bache. Todos los fines de semana regresa a León, donde tiene su casa y la familia. Arturo vive en Granada, aunque trabaja en Alcalá la Real (Jaén) en una empresa de montajes. Allí ha aprovechado la cercanía de Sierra Nevada para poner en práctica su afición al snow board. «Doy clases a críos pequeños los fines de semana». Para él, como le dijo su madre, el indulto «fue una señal del cielo».

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