Diario de León

«Si encuentra usted mis gafas, devuélvamelas»

Pasajeros, uno de ellos con una pequeña herida en la cabeza, antes de reiniciar el viaje en autobús

Pasajeros, uno de ellos con una pequeña herida en la cabeza, antes de reiniciar el viaje en autobús

Publicado por
Miguel Ángel Zamora - torneros del bernesga
León

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Había un águila sobrevolando las últimas curvas de Vilecha, antes de la entrada de Torneros, pero pasó de largo, y cambio el rumbo. Como la muerte. El viaje de Gijón y el mes de marzo pudieron terminar en tragedia. «Todavía no era su día» explica una de las lugareñas, cuando se le pregunta el camino de acceso más rápido a la zona del accidente, y a la vista de la fórmula que el convoy eligió para recostarse de lado, como en una siesta improvisada, bien pudiera ser cierto. En el cielo, la catenaria hecha un Cristo. En el suelo, una improvisada procesión de almas penitentes con el cuerpo magullado buscando auxilio y respuestas. Y el susto en la cara: «Han empezado a rodar las maletas, y cuando nos quisimos dar cuenta, estábamos nosotros igual que ellas. Por cierto, si encuentra usted unas gafas, me las trae, que las he perdido y los de la Renfe no son capaces de devolvérmelas». Unos metros más atrás, incapaz de saltar al otro lado de la vía porque un pequeño regato se convierte en lago inmenso cuando las piernas flaquean de tantos nervios, un matrimonio se sostiene, no se sabe si de cariño o de pura fibra trémula: «Lo único que yo hubiera notado es que desde Asturias hasta León, esto venía muy despacio, muy lento». Atocha está más cerca de León de lo que parece: «Si esto ha sido un sabotaje, que yo no lo sé, lo han tenido muy fácil, porque en León yo no he visto un solo Policía». El discurso se interrumpe a la orden de la parienta: «¡Cállate, que no sabemos lo que ha podido ser!». Más gente: « Yo voy a Benidorm, y llevo un golpe aquí que me va a molestar todo el viaje, pero si veo que me repercute, tendré que ir al hospital en Alicante, cuando lleguemos». «Y yo a reclamar las gafas» insiste de nuevo, obstinado, el sufrido y desconsolado dueño de un par de antiparras que en paz descansen. Con acento sudamericano, y en esa edad en que adolescencia y madurez se pierden en el concepto, la portadora de una chaqueta amarilla muy llamativa aparece todavía más franca si cabe: «Tengo las piernas que no puedo con ellas. Yo iba a Ávila». La serenidad se vuelve virtud cuando se tiene la conciencia de lo que ha pasado; y de lo que pudo haber pasado, que es pero: «Si la máquina se llega a encajonar, se hubiesen montado todos los vagones unos encima de otros, y no quiero ni pensar lo que podría haber pasado». Un punto de cordura Hay un joven de aspecto calmado, con un chándal azul, que lamenta el retraso que le va a causar el asunto. Es, curiosamente, el de trayecto más corto: «Yo voy a Valladolid, y paso de eso que están diciendo de los ruidos, de toda la movida que están pensando y de esas historias. El tren venía normal, se ha salido por lo que sea, pero ha sido el solo, y no hay más. Punto». No es el novio de la niña espigada de la coleta: «Que va, el mi mozo se lo han llevado al hospital, que tiene un brazo roto y estaba un poco descontrolado, y eso, pero bueno, no ha sido más. Yo es que estas cosas me las tomo con mucha filosofía, y claro que podía haber sido mucho, pero si me pongo a llorar ahora, no gano nada, y además, él está atendido, y punto. Nos pusimos a ayudar a la gente, hasta que se dio cuenta de que le dolía mucho el brazo». Camino de vuelta, aparece un púber con el brazo izquierdo ya escayolado. ¿Eficacia médica?. No, mala puntería periodística: «¡Que va, que va!. Yo no venía en el tren, soy del pueblo y me caí de la bici el otro día». (...)

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