Diario de León

Más de 40.000 personas estuvieron pendientes todo el día de la luz de los aposentos papales

La muerte del Pontífice enmudece a los fieles en la Plaza de San Pedro

«No puedo dejar de mirar hacia la ventana», dijo Paula, una de las testigos españolas

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Fernanda TabarésFernanda Tabarésroma | enviada especial - roma | enviada especialf. t. | enviada especial
León

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En la plaza de San Pedro, ochenta mil ojos estaban ayer pendientes de una ventana. Si de algo entiende el Vaticano es de símbolos y el símbolo del Papa agonizante era ayer un discreto rectángulo iluminado, ubicado en la cuarta planta del edificio en el que están las estancias privadas del Pontífice. Aunque oficialmente el Vaticano no ha confirmado que la luz encendida signifique nada -hay muchas cosas aquí que no están escritas en ningún lado, aunque todo el mundo crea en ellas-, lo cierto es que las 40.000 mil personas apelotonadas en la descomunal plaza para despedir al Papa en directo estuvieron todo el día pendientes de esa luz. Cuando el pasado jueves la situación de Juan Pablo II se agravó de manera dramática, muchos fieles, turistas e italianos lo dieron por muerto. ¿Cuál fue el aviso? Repentinamente, las bombillas de la habitación en las que reposaba Wojtyla se habían apagado. Los vaticanólogos más avezados -y aquí hay uno detrás de cada columna- recordaron que cuando falleció Juan XXIII éste fue el sutilísimo sistema utilizado para confirmar su fallecimiento. «No puedo dejar de mirar hacia la ventana». Paula tiene 35 años y la cara enrojecida por la emoción. Ella y Arturo tenían previsto venir a Roma de vacaciones desde hace un mes; decidieron no cambiar el billete y hoy se alegran de asistir a un «momento histórico». Paula comparte sus lágrimas con las de otras dos mujeres, polacas, que a unos veinte metros permanecen como emboscadas entre un grupo de conciudadanos que empuñan una pancarta en la que recuerdan a la Virgen negra de Chestokova. Tristeza Los polacos, junto con los italianos, son hoy los protagonistas de estas horas de despedida. La intensa relación de Juan Pablo II con su país de origen alimentó las especulaciones sobre un posible entierro del Pontífice en la capital de Polonia, un deseo que el propio Wojtila habría dejado por escrito. Ayer, el ministro de Salud de la Santa Sede se vio obligado a intervenir para disolver el rumor. «El Santo Padre es el Papa de toda la Iglesia Católica, no sólo de una parte -matizó Javier Loza-no Barragán-. Será enterrado en la Gruta Vaticana». La tristeza no era, sin embargo, el único sentimiento que embargaba a la extraña mezcla de seres humanos que abarrotaban la plaza. Los Papa boys, apelativo que aglutina a los jóvenes que han seguido a Juan Pablo II, optaron por una despedida con cánticos e incluso ayer por la noche intentaron acampar en San Pedro y dormitar embuchados en sacos de dormir. La noticia del fallecimiento del Pontífice dejó mudos sus cánticos. Ansia de información A las cuatro de la mañana fueron invitados a levantarse de su improvisado lecho. Si algo había en estos momentos en el Vaticano era ansia de información. Y eso es algo que no afecta sólo a los periodistas, obligados a interpretar los continuos rumores que genera la agonía del Papa. Cientos de personas se arremolinaron ayer a la puerta de la sala de prensa, convencidas de que algo importante se cocía dentro. Para evitar problemas, los responsables de la oficina decidieron repartir los escuetísimos comunicados emitidos sobre el devenir último de Juan Pablo II. Fue antes de su muerte. Todas las competiciones deportivas de este fin de semana en Italia, entre ellas la trigésima jornada de la liga de fútbol, quedaron aplazadas. Primero como señal de respeto ante la extrema gravedad del estado de salud de Juan Pablo II, cuyo desenlace llegó a las 21.37 horas de la noche. La mayor parte de las actividades políticas previstas para ayer, el día previo a las elecciones regionales de hoy domingo, también quedaro suspendidas por el mismo motivo. Pero todo el país, al igual que el resto del mundo, quedó conmocionado por la muerte del Pontífice, por lo que casi toda la actividad se ha visto sensiblemente influenciada por la noticia. Cierre de locales de ocio De hecho, los representantes de diversos sectores, en general vinculados al entretenimiento y el consumo, anunciaron que iban a cerrar las discotecas y los locales de ocio antes de la hora prevista, mientras que otros incluso planteaban la posibilidad de no abrir. También se aplazó la emisión de programas de televisión de carácter cómico o de entretenimiento, mientras que buena parte de las tiendas apagaron la luz de sus escaparates. Las tiendas también cerraron antes de la hora prevista. Italia lloró en silencio. Si hubiese que fiarse de la improvisación con la que el Vaticano está dando servicio a las decenas de medios de comunicación de todo el mundo desplazados estos días a Roma habría que deducir que la Iglesia no esperaba ayer la muerte de Juan Pablo II. Coincidiendo con el severo empeoramiento de la salud del Pontífice y posterior óbito, los servicios de prensa de la Santa Sede se encontraron con decenas de informadores de todos los lugares del mundo que reclamaban los pases obligatorios expedidos por el Vaticano para poder acceder a los escenarios en los que se vivirán estos días decisivos para los católicos. Pero en la oficina de acreditaciones ubicada en la Vía de la Conciliazione, la pequeña avenida que conduce hacia la plaza de San Pedro, sor Giovanna organizaba ayer a su reducido equipo de colaboradores con la misma parsimonia romana de siempre. Los periodistas tuvieron que echar mano de la paciencia, esa virtud que tanto conviene cultivar en la capital de Italia, para poder aguantar colas de dos horas que finalmente se revelaron inútiles cuando la máquina encargada de expedir las tarjetas acreditativas se rompió. Hasta el lunes. Aldea global La falta de previsión en aspectos más o menos anecdóticos como el referido, se produce en un período de transición de un Papa a otro que, por vez primera, acontece en el entorno de la aldea global. En 1977, el año en el que fallecieron Pablo VI y Juan Pablo I, el año en el que fue elegido Karol Wojtila, el mundo era un lugar distinto. La inesperada y rápida muerte de Juan Pablo I, a los 33 días de ser elegido, fue comunicada a los españoles por radio; TVE, el único canal de televisión que existía entonces, no ofrecía todavía programación en la franja matutina. Las cosas empezaron a cambiar cuando el Papa polaco se sentó en el trono de Pedro. El Pontífice manifestó una gran capacidad visionaria cuando, al principio de su mandato, proclamó: «La Iglesia debe servirse de los medios de comunicación de todo el mundo para difundir el Evangelio». Durante estos años, al Vaticano le han servido la televisión, el cine, la radio, Internet y, últimamente, los sms. Ayer, el periódico Corriere della Sera aseguraba que el fallecimiento del Pontífice será comunicado, en primera instancia, a través de mensajes a los teléfonos móviles de algunas agencias de noticias que así lo habrían pactado con los responsables del Vaticano. El modelo que se ensayó en los días previos a las elecciones generales españolas, habría llegado, así, a la Santa Sede.

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