Larga espera para la despedida
Miles de personas aguardaron desde primeras horas de la mañana y bajo un sol cada vez más fuerte la apertura de la capilla ardiente de Juan Pablo II «El Papa ha muerto; aquí no manda nadie»
Muchas horas antes de que se abriera a los fieles la capilla ardiente de Juan Pablo II, la gente ya aguardaba impaciente en la plaza de San Pedro. En un día clásico de primavera romana, las horas de espera bajo un sol cada vez más fuerte no asustaron al constante flujo de peregrinos que a lo largo de la mañana fueron llegando desde todos los puntos de la ciudad. Muchos se protegían con paraguas y gorras como los hijos de Andrés Hernández, un madrileño que viajó expresamente desde España para dar su último adios al pontífice. Llegó a Roma a las seis de la mañana acompañado de su mujer y sus hijos de cuatro, dos años y un mes de edad, y desde las doce esperaba pacientemente en la plaza, ya que hoy mismo tiene que volver a Madrid. La gran avalancha se empezó a formar a la hora de comer, cuando de toda Italia empezaron a llegar cientos de autobuses y trenes. Una marea humana cada vez más compacta y variada que se veía obligada a seguir un recorrido vallado desde la Via Traspontina. Allí se encontraba gente de todo el mundo, aunque predominaba la nacionalidad italiana. Muchos eran grupos de mujeres que habían acudido a Roma en excursiones organizadas por parroquias de todo el país, aunque también eran numerosos los grupos de jóvenes. En uno de ellos estaba Nacho Fernández, un granadino que estudia en Roma con una beca Erasmus. Estaba allí, dijo, porque si no «mi madre me mataría». Se enteró de la muerte del Papa en la plaza de San Pedro a través de una llamada telefónica de su madre la misma noche del sábado, y con él estaban varias compañeras, una de ellas la canaria Sara Martorell, que también quería aprovechar el día para visitar la capilla ardiente, antes de regresar hoy a España. Presencia sudamericana En medio de la gran multitud se podían sentir muchos acentos sudamericanos. México, Ecuador o Chile eran algunos de los países de origen. Andrea Muñoz, de Chile, estaba especialmente emocionada porque con ella estaba su hija, una religiosa que vive en Roma desde hace varios años. Había programado hace tiempo este viaje y se enteró de la muerte de Juan Pablo II en el momento de embarcar en el avión. Susana López nació en León. Estudia en Roma y se enteró de la noticia de la muerte del Papa por televisión. Ayer, cuando ya llevaba dos horas en la fila y aun sabiendo que le esperaban muchas más hasta poder acceder al interior de la basílica, afirmaba que no se iría hasta ver por última vez al Papa.