Todo el Vaticano se convertirá en la sede del cónclave que elegirá nuevo Papa, para el que todavía no se ha fijado fecha
Wojtyla será sepultado en tierra
?os restos de Juan Pablo II descansarán bajo tierra, en la gruta vaticana y en la tumba que antes había ocupado Juan XXIII. Los 88 cardenales que ayer participaron en la tercera congregación que se celebra desde que el sábado falleció Karol Wojtyla aprobaron los detalles de los funerales que el viernes convertirán Roma en una ciudad sitiada. Hay algunas novedades. Antes de que se cierre el primero de los ataúdes, de madera de ciprés y forrado de terciopelo rojo, se cubrirá la cara del fallecido con un pañuelo blanco. Esta primera caja se introducirá en otra de plomo que, a su vez, encajará en una tercera de nogal. Pierro Marini, maestro de Ceremonias Pontificias y portavoz eventual de las decisiones tomadas en la congregación, señaló que dentro del primer ataúd se introducirá un saco con las medallas del pon-tificado y un tubo de cobre que protegerá un pergamino con la biografía del Papa. Una vez bajo tierra, será cubierto con una lápida en la que se inscribirá el nombre y las fechas de su mandato papal. La capilla ardiente, que ayer ya había sido visitada por un millón de personas, se cerrará al público el jueves por la noche. Hay que preparar la basílica y la plaza para el funeral del viernes. La ceremonia durará tres horas. Asistirán unos doscientos jefes de Estado. Tras los funerales, el cuerpo del pontífice, que según aseguró ayer Navarro Valls no ha sido embalsamado, será trasladado a la gruta vaticana para su inhumación. A esta ceremonia asistirá un reducido grupo de representantes de la curia y la «familia» de Wojtyla y durará una media hora. Navarro Valls insistió ayer en que Juan Pablo II no dejó escrito cómo quería ser sepultado. «¿Se respetará entonces su voluntad?», preguntó al portavoz una periodista. «Desde el momento en el que no dejó expresado nada al respecto...», contestó el murciano. El hecho de que Wojtyla ocupe la tumba del papa Roncalli refuerza sus vínculos tanto con Juan XXIII como con Pablo VI, a cuyos pontificados el polaco quiso homenajear rebautizándose con un nombre que es la suma de los de ambos. Wojtyla reposará en el lugar en el que antes lo hizo el iniciador del Concilio Vaticano II y lo hará pegado a la tierra, igual que Pablo VI, que dejó especificada esta condición. El cónclave del que saldrá el sustituto de Juan Pablo II no tiene precedente en la historia de la Iglesia católica. Los cardenales eludirán el encierro absoluto al que fueron sometidos los purpurados que participaron en los cónclaves anteriores, con la capilla Sixtina clausurada a cal y canto, y tendrán la oportunidad de convertir todo el Vaticano en la sede del cónclave, para cuyo inicio todavía no hay fecha concreta. Última voluntad Los cardenales tampoco abrie-ron ayer el testamento en el que el Pontífice habría dejado escritas sus últimas voluntades. Los periódicos italianos especulaban con la posibilidad de que el documento estuviera escrito en polaco, lo que habría obligado a encargar una traducción complicada a la vista de la importancia del casao. Tres de los más estrechos colaboradores del Papa podrían conocer ya su testamento espiritual: el sustituto de la secretaría de Estado, Leonardo Sandri; su secretario personal, el polaco Dziwisz; y el cardenal camarlengo, Martínez Somalo. No se descarta que el Papa haya dejado indicaciones relacionadas con una especie de «herencia espiritual» dirigida a toda la Iglesia católica. Tampoco se excluye que entre las últimas voluntades haya otros documentos. Todos los cardenales que estos días están llegando a Roma juran mantener en secreto todo lo que tiene que ver con la elección del nuevo Papa bajo el peligro de ser excomulgados. El juramento lo prestan en cuanto entran en el palacio apostólico y en él se compromente a «guardar el secreto sobre todo lo que relacionado de algún modo con la elección del romano pontífice y sobre todo lo que ocurre en el lugar de la elección». Todas las personas que durante el cónclave atenderán a los cardenales, incluidos monjas y religiosos, prestan también un juramento de discreción. Los cardenales sean sometidos a un estricto control por parte de dos peritos que comprobarán que no han caído en la tentación de camuflar micrófonos, teléfonos móviles, pecés portátiles, videocámaras o grabadoras y que este tipo de tecnología tampoco ha sido instalada en los edificios, incluida la capilla Sixtina. Esta será la primera vez que se celebre un cónclave cómodo para los prelados. Nada que ver con lo que sucedió durante el «cónclave del te-rror», en el siglo XIII, cuando el encierro para elegir sucesor de Gregorio IX se prolongó durante setenta días, con los electores sometidos al sofocante calor del agosto romano y sufriendo todo tipo de privaciones. Varios participantes sufrieron crisis cardíacas y colapsos. Finalmente fue elegido Celestino IV, pero apenas sobrevivió 17 días al cónclave a consecuencia de la tortura a la que había sido sometido.