Diario de León

Los principales líderes políticos y religiosos convirtieron la Plaza de San Pedro en el principal centro del mundo

Un millón de gargantas reclaman la santidad de Juan Pablo II en su funeral

El primer idioma que se escuchó en la ceremonia, además del latín, fue el español.

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Juan Pablo II el Grande fue despedido ayer en el Vaticano por los dirigentes del mundo y por un millón de peregrinos que aclamaron a Karol Wojtyla como santo y convirtieron el funeral en el más populoso que se recuerda. Las exequias pasarán a la historia tanto por la inesperada movilización de fieles de todo el mundo -más de cuatro millones de personas se desplazaron estos días a Roma para despedir al pontífice- como por la unánime respuesta de líderes políticos y religiosos, que ayer convirtieron la plaza de San Pedro en el centro del mundo. Los fieles reclamaron a través de pancartas que el último obispo de Roma sea canonizado -«subito santo», proclamaban- lo que, unido a las supuestas intercesiones milagrosas que se le están empezando a atribuir, permite aventurar que Wojtyla subirá pronto a los altares. La ceremonia respetó fielmente el programa previsto: comenzó a las diez en punto, se prolongó por espacio de tres horas escasas y sirvió para testimoniar la importancia del largo pontificado de Juan Pablo II. La homilía del cardenal Ratzinger fue, de hecho, una semblanza biográfica del fallecido, con referencias a sus aficiones culturales, su relación con los jóvenes y la dramática agonía de los últimos meses. Aplausos de los fieles Los aplausos de los fieles que abarrotaban la plaza salpicaron todo el funeral, que alcanzó la máxima temperatura emocional cuando el decano de los purpurados recordó «aquel último domingo de Pascua de su vida cuando el Santo Padre, marcado por el sufrimiento, se asomó una vez más a la ventana del palacio apostólico y por última vez dio la bendición Urbi et orbe». «Podemos estar seguros de que nuestro amado Papa está ahora en la ventana de la casa del padre, que nos ve y nos bendice», proclamó. Después del latín, el español fue el primer idioma que se escuchó ayer en San Pedro, gracias a un pasaje de los Hechos de los Apóstoles que salió de la boca de una joven con acento anglosajón. Se habló también en inglés, francés, en swahili, filipino, polaco, alemán y portugués. Y la Iglesia oriental realizó su súplica particular en el tramo final de las exequias. Los Reyes de España siguieron todo el ritual con una especial dedicación. El féretro, una sencilla caja de ciprés sobre la que se depositó una Biblia abierta que el viento acabó cerrando, presidió toda la misa, concelebrada por el colegio cardenalicio en pleno y por centenares de obispos, sacerdotes y dirigentes eclesiásticos de las diferentes confesiones, en una exhibición de ecumenismo sobresaliente. Tras la ceremonia religiosa, el féretro fue trasladado a la cripta vaticana para ser enterrado. Reyes y dirigentes de todo el mundo inclinaron la cabeza cuando el cortejo pasó delante de ellos. Antes de introducirlo de nuevo en la basílica, los sillieri giraron el ataúd para situarlo de frente a la plaza: San Pedro se vino abajo. «Podemos estar seguros de que nuestro amado Papa está ahora en la ventana de la casa del Padre, que nos ve y nos bendice» JOSEPH RATZINGER Cardenal

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