Un falso aviso de bomba fue el único incidente del día más difícil de Roma
El plan de seguridad funcionó a la perfección. El único momento de tensión que se vivió ayer en el funeral del Papa lo ocasionó el avión de la delegación macedonia, donde los servicios secretos italianos creyeron que se podía esconder una bomba. La información de la que disponía el espionaje italiano activó el dispositivo de seguridad organizado especialmente para proteger a los más de 200 jefes de Estado que ayer se dieron cita en Roma para asistir a los funerales de Juan Pablo II. Un caza F16 despegó inmediatamente interceptando a las 16.16 al Learjet 131 macedonio cuando sobrevolaba el sur de la ciudad de Pescara, en el centro-este de Italia. El caza le obligó a aterrizar en el aeropuerto militar Prattica de Mare, cerca de Roma. Allí se registró el avión y se confirmó que no llevaba ninguna bomba a bordo, según explicó el Jefe del Estado Mayor de la Aeronáutica, el general Leonardo Tricarico. Resuelto el problema, la tónica fue la normalidad en una jornada en la que Roma amaneció convertida en una ciudad fantasma. La prohibición del uso del automovil obligó a los romanos a quedarse en casa. Ni un coche recorría las calles. Comercios y oficinas permanecieron cerrados o con las persianas bajas en señal de luto. Un silencio espectral lo cubría todo. De vez en cuando se sentía el ruido de una moto que atravesaba las desiertas avenidas. Los pocos coches que circulaban se dirigían al Vaticano. Patrullas de policías paraban a todos los vehículos particulares mientras los peregrinos se ponían en marcha hacia San Pedro abarrotando desde las primeras horas las calles adyacentes. Un excepcional sistema de seguridad cubría la zona, cerrada al tráfico en un radio de dos kilómetros. Los más afortunados, que durmieron en sacos en torno a la columnata de San Pedro, entraron en la plaza a las 7.30. El nerviosimo hizo que algunos grupos comenzaran a gritar con insistencia: «¡abrid, abrid!». En las puertas de ingreso al Vaticano la actividad era incesante mientras entraban los prelados. Las delegaciones extranjeras llegaban en automóvil a través de un pasillo especial desde el Tiber y escoltados por centenares de agentes de las fuerzas del orden. Para acceder a la plaza había que sufrir rigurosas medidas de seguridad, con la policía inspeccionadn. Miles de peregrinos se tuvieron que contentar con ver el funeral en las pantallas gigantes. La estación Términi, las basílicas de San Juan de Letrán y San Pablo Extramuros y Fiumicino fueron algunos de estos lugares. Asistentes al funeral 300.000 Monarcas Jefes de Estado Jefes de Gobierno Cardenales