La asociación católica reclama ayuda a Interior para mantener un programa que «interesa a las dos instituciones»
Casi 180 presos pasaron sus permisos en la casa de acogida de Cáritas en León
La entidad dedica al año 40.000 euros para tutelar salidas de reclusos sin arraigo Testimonios:
El aumento de la población penitenciaria con la apertura de la cárcel de Villahierro (Mansilla de las Mulas) -hay ya más de 1.500 internos- motivó la puesta en marcha de una casa de acogida en León cuya misión es tutelar permisos a presos sin arraigo o con dificultades para afrontar el retorno a la sociedad. Cáritas Diocesana de León lleva a cabo este programa pionero desde febrero de 2003, en «estrecha» colaboración con la junta de tratamiento de la cárcel. Hasta ahora, ha atendido a casi doscientos reclusos con la ayuda de una treintena de voluntarios. «Casas de acogida para permisos penitenciarios hay muchas, pero que cuenten con un programa de acompañamiento es la primera», indica la trabajadora social, Loli Santos, lo que explicaría, junto con el proceso selectivo de la prisión, el bajo índice de fracaso: tan sólo un quebrantamiento y dos reingresos por incumplimiento de las condiciones pactadas en más de dos años. El programa, que cuesta unos 40.000 euros al año, se financia íntegramente con fondos de Cáritas, asociación que a su vez se nutre en más del 70% de recursos privados. «Cáritas está muy interesada en este programa de reinserción, pero es muy difícil que pueda seguir financiándolo», subraya el director de la entidad Julio Prieto. La petición se ha trasladado, a través de la dirección de la prisión, al Ministerio del Interior, dirigido por el leonés José Antonio Alonso, departamento con competencias en instituciones penitenciarias. «Con ayuda institucional podríamos duplicar la capacidad de acogida en cada permiso, de cinco personas de media a diez», añade. La colaboración del centro penitenciario de Villahierro y Cáritas Diocesana de León -indica la asociación- surgió «por el interés de ambas instituciones». En el primer año participaron 69 reclusos, en el segundo 83 y desde febrero del 2005 hasta ahora otros 25,. Los presos están clasificados en segundo o tercer grado y son seleccionados mensualmente por la junta de tratamiento. El programa, que a su vez genera beneficios penitenciarios en los reclusos, abarca desde el fomento de las relaciones humanas, a actividades de ocio y tiempo libre, búsqueda de empleo y responsabilidad social. La casa de acogida es el primer eslabón de contacto con la sociedad para internos que llevan varios años de cumplimiento de condena (el 45% de los usuarios del 2004 disfrutaban su primer permiso) y la aceptación de la tutela -que comienza en el mismo centro penitenciario- pueden reportar beneficios. El 5% de los participantes en el programa de permisos tutelados han logrado disfrutar de salidas en sus propios domicilios, el 33% pasaron a tercer grado o a la situación de libertad condicional, el 61% accedieron a más permisos y el 1% logró el traslado a otra prisión, ya que son muchos los internos que solicitan cumplir condena en su provincia de origen o en prisiones cercanas a donde viven sus familias. El itinerario Una vez que la prisión selecciona a los beneficiarios del permiso -generalmente de cuatro días- empieza la tarea para la trabajadora social de Cáritas. Primero tiene que entrevistarse cuatro veces con las personas para «conocer su situación personal, familiar y social y explicarles el funcionamiento y las normas de la casa, al igual que las condiciones en las que disfrutarán el permiso». A partir de esta información, la trabajadora social elabora un programa de permiso personalizado cuyas diferencias vienen marcadas por situaciones como el apoyo familiar (si tiene o no posibilidad de ver a la familia durante el permiso). Una vez que la junta de tratamiento lo admite, el interno tiene que firmar el plan y el expediente es remitido al Juzgado de Vigilancia Penitenciaria. En el exterior, Cáritas tiene que coordinar, a su vez, a su equipo de voluntarios para introducir a los presos en el mundo de la libertad. «En un permiso pueden llegar a participar hasta 20 voluntarios repartidos en horarios de mañana, tarde y noche», indica la coordinadora. EL VALOR DEL VOLUNTARIADO «El voluntario potencia la socialización del interno», asegura la coordinadora. Sin los 35 a los que pueden recurrir no sería posible mantener el programa. En cada permiso colaboran una media de 20 personas, aunque tienen una lista de 35 a las que pueden recurrir para organizar los cuatro días de estancia. José Luis García, párroco de Crémenes, es voluntario del programa de permisos de Cáritas desde su inicio en febrero del 2003. Casi siempre hace el turno de noche. Los reclusos llegan sobre las 10.30 de la noche. «Si no han cenado me quedo con ellos y a veces salimos a tomar una cerveza, como forma de acceder a otros ambientes y de integrarse en la noche, con relaciones sociales distintas a las del día». También ha compartido con los presos excursiones al monte y la diversión de una fiesta de pueblo en la montaña pues «el contacto y el conocimiento de la provincia» forman parte del programa. A veces se quedan encasa viendo una película o charlando, como ha sucedido muchas veces, «ha habido momentos de gran confianza en los que te hablan de sus vidas y andanzas», señala. Los voluntarios no conocen el delito por el que cumplen condena, «sólo si ellos lo comentan», precisa. Para José Luis, la experiencia ha supuesto «una forma de crecer y de aceptar a las personas como son y también de aprovechar el momento presente». En contraste con las relaciones de la prisión -fuerza y poder- en el entorno de la casa de acogida los presos entablan relaciones normalizadas. Ruth es funcionaria de profesión y voluntaria de vocación. Siente que el mundo «es injusto» y no se ha cruzado de brazos. Una tarde a la semana acompaña a los presos que salen con un permiso tutelado. Tomar un café, jugar una partida de billar, ir al cine y, frecuentemente, ir de tiendas son las actividades preferidas de los internos. «Suelen venir con una lista de compras para otros internos que no pueden salir», explica. Los locutorios telefónicos y, tal vez, el café argelino -en el caso de los árabes- son otros de los lugares frecuentados. «Hay veces que las te las ves y te las deseas para iniciar una conversación y otras entablamos tertulias estupendas», reconoce. Nunca pregunta, pero «hay gente que siente la necesidad de justificar por qué está en prisión; otros no tocan el tema». A los presos «lo que más les sorprende es que hagamos esto sin cobrar»; para ella es una forma de entablar «relaciones muy enriquecedoras, intentando transmitir otros valores». Nunca ha sentido que un preso se enamorase de ella, aunque sí es consciente de que «puedes desencadenar en ellos admiración».El programa prohibe facilitar a los internos teléfonos y direcciones personales para evitar interferencias en su vida.