La primera fumata rebaja los humos de Ratzinger

A las 20.06 horas se produjo la primera fumata negra. La plaza de San Pedro era una fiesta, como si nadie recordase ya al Papa muerto. Y una cosa tan simple como una chimenea que echa humo quedó inmortalizada en los cien mil disparos de las cámaras digitales que quieren dejar testimonio de un hecho que, Dios sabrá por qué, todos consideran histórico. Lejos de Roma, millones de personas siguieron por televisión el ritual más ancestral de la Iglesia católica, que hoy se intuye pletórica de protagonismo, de modernidad y de fuerza, como si hubiese ganado un pulso a todos los que profetizaron la victoria del laicismo. En la Caput Mundi se ven todas las razas, se oyen todos los idiomas y se perciben todas las actitudes posibles, desde los que ven el Espíritu Santo en cada paloma que pasa, hasta los que no ven ninguna diferencia entre un cónclave y una sesión de investidura. Porque no es fácil explicar por qué tanta gente está de acuerdo en que una cooptación hecha entre viejos achacosos tiene en vilo al orbe entero.