Diario de León

Los cardenales sólo necesitaron cuatro votaciones y 26 horas de encierro para nombrar un nuevo pontífice de aspecto cansado, que no alza la voz, que se coloca gafas para leer y que padece del corazón

La Iglesia elige Papa a un guardián estricto de la fe

Tímido, inteligente y conservador, el alemán

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La Iglesia ya tiene nuevo Papa. Benedicto XVI es el nuevo pastor de mil millones de católicos, la persona encargada de definir qué diálogo mantiene con la modernidad una institución bimilenaria que ayer vivió un día histórico al convertir al cardenal alemán Joseph Ratzinger en el sucesor de San Pedro. La fumata blanca, tan confusa como habían sido las dos negras anteriores, apareció sobre el techo de la capilla Sixtina a las seis menos diez de la tarde. Veinte minutos después, las campanas de la basílica confirmaban con su estruendoso y repetitivo tañido que los cardenales habían tomado una decisión, mucho antes de lo que los analistas preveían. El acuerdo de los 115 electores reunidos en el cónclave aconteció durante la cuarta votación y apenas veinticuatro horas después de que se iniciara la clausura, una de las más breves del último siglo. Joseph Ratzinger accedió al cónclave como favorito y, en contra de la tradición que establece que el candidato que entra Papa sale cardenal, se ha convertido en el pontífice número 265 de la Iglesia católica. De talante muy conservador pero con una capacidad para dialogar que le reconocen incluso sus enemigos, sus 78 años anuncian un papado de transición y de talante continuista, ya que el hasta ahora prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe ha sido uno de los más estrechos colaboradores del fallecido Juan Pablo II. La homilía que pronunció el lunes durante la misa para la elección de pontífice cobra ahora un sentido nuevo y se convierte en el «programa electoral» de Benedicto XVI. A la vista de lo que proclamó entonces, Ratzinger emprenderá una cruzada para combatir la «dictadura del relativismo» y contra las «corrientes ideológicas» que en los últimos años han «agitado la pequeña barca del pensamiento de muchos católicos». En esas corrientes, el nuevo Papa incluyó marxis-mo, liberalismo, colectivismo, ateísmo, individualismo, agnosticismo, sincretismo, libertinaje y hasta un «vago misticismo religioso». Benedicto XVI apareció en el balcón de la basílica de San Pedro a las 18,57, bajo una lluvia chispeante y tras la locura colectiva que se desató en el Vaticano cuando se confirmó que la tercera fumata era blanca. Lo presentó el cardenal protodiá-cono, el chileno José Antonio Medina Estévez, que se asomó a la plaza, abarrotada por cien mil almas para proclamar el esperado «Habemus Papam». Estruendo en San Pedro La aparición de Ratzinger fue saludada con un estruendo que calmó el nuevo pontífice con una breve alocución en la que acusó el cansancio de los intensos días que ha vivido desde la muerte de Wojtyla, a cuya labor se refirió en primer lugar. «Después del gran pontificado de Juan Pablo II -proclamó Ratzinger convertido ya en Benedicto XVI- los cardenales me han elegido, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor. Me consuela que el Señor sepa trabajar con instrumentos insuficientes, me entrego a vuestras oraciones en la alegría del Señor y con su ayuda permanente trabaja-remos». La primera decisión de Benedicto XVI se refiere a la fecha de la ceremonia que marcará el inicio de su pontificado y que tendrá lugar el domingo 24, a las diez de la mañana, en la plaza de San Pedro. Su primera misa como pontífice la celebrará hoy, a las nueve. Será en la capilla Sixtina. La homilía saldrá de su boca en latín. Ayer, tras saludar al mundo desde su nueva condición de pontífice, Joseph Ratzinger cenó en la Casa Santa Marta con los cardenales que en apenas veinticuatro horas lo han convertido en el Papa Benedicto XVI. El ya Benedicto XVI es el más férreo guardián de la ortodoxia y conservador de la fe católica. Ha fustigado el sacerdocio femenino, la no observancia del celibato y las desviaciones teológicas, prohibió la comunión de los divorciados, y persiguió a los teólogos de la liberación, la mayor parte alumnos de él, hasta acabar con ellos. Bastó que el protodiácono dijera «Josephus...» para que todo el mundo continuara la frase sin esfuerzo, con un hilo de voz: «Ratzinger». Entre la incredulidad y la sorpresa. Al contrario que en 1978, el nuevo Papa no era ningún desconocido. Probablemente era el cardenal más famoso de la Iglesia católica. Y también el más polémico y criticado: en muchos rincones del mundo miles de personas se habrán llevado las manos a la cabeza. Para muchos otros católicos, en cambio, supone la confianza de estar en las manos más seguras en tiempos inciertos. La gente sabe quién es y por eso se hizo tan raro verle aparecer bajo las vestimentas sagradas a las siete de la tarde, tomar con tanta naturalidad un puesto que parece tan alejado de lo humano. Sus primeros gestos dejaron claro que no era Wojtyla. Habló con humildad y sin improvisar. Sus escasas palabras mostraron uno de sus rasgos ocultos: su fina ironía. Un nuevo Papa con aspecto cansado, que no alza la voz, que se colocó las gafas para leer. Ahora interesará su salud y se recordará que es frágil, con problemas cardiacos. Sería ese Papa de transición del que tanto se ha hablado. Una guía segura hasta que la Iglesia asimile el vacío de Juan Pablo II y comprenda hacia dónde ir. Es el más veterano y uno de los dos únicos cardenales que ya vivió un cónclave. Hijo de campesinos, quizá sea un pontífice que sabrá estar por encima de los prejuicios que despierta. Habrá que saber quién es realmente Ratzinger como persona, porque quienes le han tratado lo describen como tímido, afable y gran conversador. Un hombre muy inteligente al que nunca le ha gustado estar en Roma y que no veía la hora de dejar su cargo y retirarse con sus libros. Presentó su renuncia con 75 años, pero Juan Pablo II no la aceptó. Ayer se convirtió en Papa.

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