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Del marrón de la fumata al ¡viva!

Los fallos continuos de las estufas hicieron dudar a los fieles a las seis de la tarde. Sólo las campanas lograron convencer a la parroquia de que había nuevo Papa

Publicado por
Laureano López - corresponsal | roma
León

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Grisilla, es grisilla. Hasta que sale blanca. Exactamente, hasta las seis menos once minutos de la tarde. A partir de ahí, con algún pero del que hablamos luego, locura colectiva en la plaza de la Basílica de San Pedro. Oés, oés y oés. Mexicanos entusiasmados cantan Mañanitas. Italianos juegan al «olelé» y suben «olelá» y se agachan. Se unen los polacos. Algunos rezan el rosario. Banderas chilenas, españolas. También una gallega. Vamos a suponer que así, hasta altas horas de la noche, aunque yo me marche a las ocho y veinte, gajes del oficio. Me marcho para contarles que era «grisilla, grisilla», pero no lo digo yo. Yo tomo nota. Lo dice el padre Agustín, que se ha traído a un grupo de amigos y una tonelada de ca-cahuetes, dice que para pasar el día. Le van a hacer falta algo más que cacahuetes. La gente habla de colores. Son las doce menos diez. «Es blanca, que es blanca». «Bueno no, ahora no, aho-ra es negra». «Es grisilla», «blanca». En definitiva, es un marrón. «Otra vez las estufas», se escucha. Jorge Juan, un compañero de Agustín, se suelta la melena: «Para mí que están jugando con el fuego». Al menos, con lo de las fumatas uno pasa el rato. También Xosé Barbosa (doce menos cinco) que se ha venido con diez amigos desde su Portugal. «Oh, eres gallego, yo veraneo en Galicia, pero me quedo hasta que venga el nuevo papa». ¿Habrá que esperar tanto? A las doce, otra fumata ¿Pero cómo otra fumata? A ver, el programa dice que habrá dos escrutinios matutinos, pero sólo una fumata. Y la chimenea vuelve a escupir humo. «Como sigan así se van a quemar. Estarán preparando lentejas». Quien habla es Ángel, de Madrid, el chaval con la bandera con más metros cuadrados de toda la plaza. Banderas Un grupo de brasileños da vueltas al obelisco portando una bandera. Oé, oé, oé. De pronto, ¡fumata¡, ¡fumata¡ ¿Otra? Otra. Exactamente a las doce y cuarto. Hay quien propone subir a la Sixtina para pedir explicaciones. Ha hecho bien en pensárselo mejor. Total, no le iban a dejar entrar. Al fondo de la plaza, hay quien pasa de fumatas. Hacen cola para entrar a la basílica. Pasan las siete menos diecinueve. «Habemus papam» y se llama Joseph Ratzinger. A partir de hoy, Benedicto XVI. Corro en busca de banderas alemanas. Daniel, de Colonia, 24 años, ha venido solo: «Ratzinger es el mejor del mundo». Plas, plas, plas, silencio, plas, plas, plas, silencio. Avanza la Guardia Suiza por la plaza. Le siguen los carabinieri y bandas de música. Suenan las campanas, suenan, hasta que se deja ver por el balcón Benedicto XVI. Son las siete menos tres. Gritos, sollozos, «hay, Papa, hay Papa» ¿Se caerá la plaza? Luego silencio, que habla el Papa. Cristina, italiana, hace unos minutos era de Tetta-manzi. «Yo quería Papa. Si Dios lo quiso...». Christian, de Schwabiscd Gmund, alemán para más señas, pega botes de alegría. Y Agustín, el de los cacahuetes de las doce y doce. «Hay Papa, hay Papa, qué alegría». También Moisés Guardado, mexicano, 33 años, «porque es el papa universal. Estoy muy emocionado. Es algo electrizante». Y Johan, de Polonia, que no habla, reza.Y María de los Dolores, Honduras, 27, porque «Dios le volteará los ojos para que mire por los pobrecitos de mi pueblo». Y así, hasta las ocho y veinte, por lo menos dos horas sin novedad en el frente, o en la chimenea, como quieran. Giovanne Perazzo es un hombre anuncio. «Urge una fumata blanca», dice su pancarta. «Para que el mundo no vaya a peor. Y cada día que pasa sin papa, va a peor». Esta tarde habrá fumata, o fumatas, o... Mien-tras tanto, hay minifumatas. Porque aquí no se puede tirar de cigarrillo ni en los bares ni en los restaurantes: multas, desde 500 euros. En la plaza hay que aprovechar. A las cuatro y diez ya hay mucho español localizado: un grupo de bachillerato de Jaen, un tal Fernando, de Madrid, una de Vilagarcía, Alicia Cores: «Si me sacas, mi madre se vuelve loca de contenta». Pasan los minutos y los campeones de pancartas por aclamación con su «No Martini, no party». O sea, que si no hay Martini (cardenal) no hay fiesta.

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