OPINIÓN
El político de los desmentidos
EL POLÍTICO guineano Severo Moto no tiene aspecto de conspirador de novela de Pío Baroja, un poco gordo y bien vestido para el arquetipo. Lo conocí en Malabo, la capital de la ex colonia española, un día después del golpe de Estado, que el teniente coronel Obiang, aconsejado por Marcelino Oreja, llamó a una pregunta mía «golpe de libertad». Severo Moto, graduado en la Escuela de Periodismo de la Iglesia, vestía entonces, en agosto de 1979, a lo chino porque China era la que en medio de un terrible aislamiento vestía, alimentaba e iluminaba con sus lámparas a la Guinea Ecuatorial sumida en la noche de piedra del dictador Macías, alias El Tigre. Pocas horas antes Moto había dejado su hoz de chapear, un trabajo forzado que consistía en limpiar de broza los campos. De voz grave y argumentación ordenada, lo primero que me llamó la atención era la fe que depositaba en si mismo. Pasó, sin transición, del chapeo de maleza al micrófono de la radio. Llamó la atención de Carlos Robles Piquer, que vino a traer las primeras ayudas, por sus conocimientos y su desenvoltura. Del micrófono pasó a la política, como no podía ser de otra forma, porque el periodista tenía hambre de balón. Juró como ministro de Información de Obiang o algo así. Hay un refrán africano que dice que no caben dos cocodrilos macho en una misma charca, de modo que al no poder hacer nada, porque Obiang, ex alumno de la Academia Militar de Zaragoza (y más tarde de la Uned) quería gobernar sin sombras, Moto se fue con viento fresco a otra parte, al exilio de España en Fuenlabrada. No ha parado desde entonces. Figura en el libro de marcas del Guinnes por el número de desmentidos que ha emitido en estos últimos veintipico años. Tras haber vuelto a su patria en 1992 para tomar parte en una «transición democrática» que fue una trampa, fue detenido, torturado y expulsado. Está condenado a 63 años. Es una pésimo conspirador. Se ha quedado en Los perros de la guerra , la novela de Forsyth. Desmintió que preparara una golpe de Estado. Desmintió también, dos años después, que hubiera intervenido en la formación de una milicia camerunesa mercenaria para invadir Guinea y echar a Obiang al mar. Operación de 1997 en Angola con un barco de mercenarios que no zarpa hacia Malabo. Desmentido de Moto, presidente del Partido del Progreso: «No tengo nada que ver». El año pasado unos mercenarios surafricanos, reclutados por Mark, el hijo de la señora Thatcher, se disponían a tomar el palacio de Obiang cuando fueron detenidos en Zimbabwe. Desmentido de Severo Moto, que al parecer esperaba, como Franco para dirigirse a Marruecos en una avioneta en Canarias, para poner rumbo a Malabo. Desmentido: «No sé nada de esto». Pasan los años y Severo se impacienta, Obiang no muere de esa enfermedad al parece diagnosticada hace tiempo. En un chiste de mal gusto el gobierno de Obiang dice: «Ni en coche, ni en moto ni en bicicleta». Al dictador le han salvado los yacimientos de petróleo descubiertos en Guinea, convertido de pronto, de paria del África Occidental, en país exportador, en potencia petrolífera. Él y su camarilla se embolsan la mayor parte de los beneficios. La suerte de Moto cambia cuando Madrid se pasa a una realpolitik que huele en exceso a oro negro. Moto pierde espacio y protagonismo, se ve acorralado. Necesita un golpe de efecto, periodistas alrededor. Con su facilidad para la puesta en escena monta este viaje a Croacia en circunstancias misteriosas. Ya se habla otra vez de él, víctima de la dictadura de Obiang y ahora del cambio de rumbo de Moratinos. Ese es el papel que le gusta a Severo, que si van asesinarme, que lo va a hacer el Gobierno español... En el fondo es un ingenuo. No se va a Zagreb, capital de Croacia, para ver jugar a la Zibona, tomar una copa con Prosinecki o rezar en la catedral de San Esteban. Croacia es el bazar de las armas y de los traficantes del material del ex Pacto de Varsovia. ¿Cuantos desmentidos le quedan a todavía a Guadiana Severo Moto?