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Publicado por
Javier Armesto - vitoria
León

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Juan María Atutxa estaba ayer menos nervioso que la víspera, cuando era visible su ignorancia sobre lo que iba a ocurrir en el pleno constitutivo. Con gesto serio y un ligero temblor de manos, colocaba sus papeles y los volvía a colocar, e incluso ordenó leer a la secretaria una parte del reglamento que correspondía al presidente de la Cámara. Ayer, sin embargo, estaba claro que Atutxa sabía que no había acuerdo y que el resultado de la votación no iba a variar. Para un hombre que lleva más de veinte años en política (anteriormente estuvo otros veinte en el mundo de la banca) y que ha sido blanco de los terroristas de ETA no debe ser fácil que una gran parte de las fuerzas democráticas hayan decidido defenestrarlo. Partido Popular y PSOE no le perdonan su empecinamiento en no disolver el grupo parlamentario de Batasuna y se olvidan del papel que jugó al frente de la consejería de Interior: actuó contra Jarrai, KAS, los movimientos pro amnistía o de acercamiento de presos, contribuyó a que Herri Ba-tasuna quedara fuera de la ley y permitió la desarticu-lación de comandos de ETA. El veto Precisamente, esos son los argumentos de la izquierda aberzale para vetarlo. Frases de su época de consejero («Leer Egin emborrona la mente», «Los presos están dispersados pero más cerca») resuenan aún en las cabezas de los líderes radicales. Pero resumir el bloqueo que vive la mesa del Parlamento vasco en las antipatías hacia una determinada persona es simplificar el problema. Las elecciones del 17-A han revuelto el panorama político vasco, que vive situaciones inéditas: dos candidatos a lendakari, dos rondas de contactos (algunos de ellos secretos: Zapatero-Ibarretxe, López-Imaz), los partidos constitucionalistas más enfrentados que nunca, la izquierda aberzale de nuevo legal y arbitrando la aritmética legislativa. Todo ello aderezado con dos años sin asesinatos de la banda terrorista ETA (pero sin visos de tregua o desarme) y unas expectativas de paz sin precedentes. Intereses variados Los intereses son muchos y variados. El PNV se juega su liderazgo en Euskadi, y perder la presidencia de una institución como el Parlamento sería un síntoma de debilidad. El órgano rector de la Cámara lo componen el presidente, dos vicepresidentes y dos secretarias. Los cuatro últimos se los repartirán PNV, PSE, PP y EA o EB, así que la presidencia es decisiva. ¿Para qué? Pues, por ejemplo, para ejecutar una hi-potética orden del Supremo de disolver el PCTV. Los nacionalistas tienen ante sí una difícil tesitura: aguantar con Atutxa a la espera de nuevas votaciones (con el desgaste que conlleva ser los responsables del bloqueo) o optar por jubilarlo bajo la fórmula decorosa de una renuncia personal. Pero, incluso en este caso, tendrían que decidir a quién promocionan para el puesto, que en ningún caso podría ser un burukide (uno de los líderes del partido) por el riesgo de reabrir pugnas internas. Por algo está Egibar tan enfadado.