Diario de León

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Flema después del caos

Los londinenses vieron cómo un día cualquiera se convirtió en imborrable para su memoria. Fue un recuerdo del 11-M para muchos españoles que se encontraban allí

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«El suelo tembló y nos asustamos. Se empezaron a escuchar sirenas y gritos por todas partes. Salimos a la calle a ver qué pasaba y había gente corriendo. Lo que sucedió después lo tengo mucho más claro; fue aquí al lado. Hubo una terrible explosión y el suelo volvió a temblar con mucha más fuerza. Entonces supimos que algo muy gordo estaba ocurriendo». Así recuerda Gaynor Woolley los minutos que van entre las 8.50 y las 9.45 de ayer; el tiempo que separa el atentado contra la estación de St Pancras , a un par de manzanas del hotel Metro, donde ella trabaja, y el perpetrado en un autobús a su paso por Tavistock Street, casi al alcance de la vista desde su puesto en la recepción. Después de la segunda explosión el caos se instaló en el hotel: «La gente entraba corriendo y gritaba. Sacamos todas las toallas que pudimos (en ese momento llovía) y tratamos de ayudar del modo en que nos era posible, aunque teníamos mucho miedo. Cuando todo se calmó un poco, nos trajeron a los inquilinos de algunas casas que habían desalojado en los alrededores. Les dimos de comer y tratamos de tranquilizarlos». Nerviosismo Woolley cuenta su experiencia ya sin ningún síntoma de nerviosismo. Han pasado casi nueve horas desde aquello y precisamente es esa calma, casi grimosa, lo que llama la atención en los alrededores del lugar donde más fuerte golpearon los terroristas. Ni siquiera parecen necesarias las cintas con las que la policía mantiene la zona acordonada. Salvo por la falta de tráfico y las teles transmitiendo en directo, nada llama la atención. No hay casi curiosos y los pocos que se dirigen a los agentes que vigilan la calle principal (Euston Road) son vecinos que quieren saber cuál es la dirección que deben tomar para llegar a sus casas, que quedan tras el cordón policial. Los periodistas también desaparecen camino de los bares más cercanos en cuanto empieza a llover. Uno de los pocos que aguanta bajo el agua es un fotógrafo noruego de la publicación VG, Terje Visnes, a quién también le llama la atención tanta calma. «Llegué aquí pasadas las doce, explica, y todo estaba ya bastante tranquilo. Aunque quizá es lo normal. Supongo que los ingleses son así». En uno de los pubs, el Royal George, muy próximo a la estación de metro, los clientes siguen atentos las noticias, donde les cuentan cómo están las cosas a sólo cien pasos del televisor que miran. Mark aún no ocupaba su puesto en el bar a las 8.50 y cuando llegó, una hora y media después, «las ambulancias no paraban, de un lado a otro. Me contaron que la gente entraba asustadísima y que muchos se escondían bajo las mesas. Todos intentaban llamar a sus casas para decir que estaban bien, pero no había forma de contactar con nadie. La línea no funcionaba». Las ambulancias de las que habla el camarero llevaron a los primeros evacuados al Hospital Universitario, a sólo cinco minutos a pie del esce-nario de los atentados. Allí, la jefa de prensa también habla de normalidad: «Hemos recibido 27 heridos, cinco de ellos permanecen en estado grave, detalla. Mucha gente ha pasado por aquí para ver a sus familiares, pero, cómo puedes observar, todo se ha hecho de forma bastante ordenada». Y es cierto, en el interior del centro al que sólo se puede acceder demostrando que hay un familiar dentro y después de pasar por un severo cacheo de la policía, sólo hay un par de grupos de gente sentada charlando. Curiosamente, el lugar donde es más fácil percibir que no se trata de un día más en Londres, aparte, ya quedó claro, de las calles envueltas en cinta policial, es en el centro de la capital. En la city, el corazón financiero, el lugar más transitado en horario de oficina, la gente permanece en la calle mucho después del cierre de los bancos y las tiendas. Los autobuses han dejado de circular por la zona y tampoco funciona el metro ni los trenes de cercanías. Así las cosas, llegar a casa es especialmente complicado en una ciudad donde las distancias son enormes. Como quiera que los espectáculos también han sido suspendidos, teatros y cines permanecen cerrados por la alerta policial, tampoco hay muchos sitios donde refugiarse. Para aliviar la espera, varios bares han sacado al exterior su megafonía y la gente escucha las últimas novedades sobre la tragedia. Caos en el centro El taxista explica que hasta la una de la tarde todo el centro se convirtió en un caos y no había forma de circular. Pero bien entrada la tarde sólo los accesos a la ciudad permanecen colapsados, aunque en la city sigue siendo un reto conseguir un taxi con el que llegar a casa. «La verdad es que nunca había tenido tanto trabajo», comenta Frank mientras conduce. Tampoco en el aeropuerto de Heathrow habían vivido muchos días así. Los embotellamientos de los alrededores se extienden a lo largo de decenas de kilómetros y encima una alarma obliga a cerrar una de las terminales y a sacar a todo el mundo a la calle: «Es sólo una maleta sin dueño, explica un agente a los viajeros. Pasa cada día, pero con lo que ha ocurrido hay que tomar precauciones especiales. Acabará pronto, pueden estar tranquilos». Como Londres, sólo unas horas después de la tragedia.

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