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Los testigos aseguran que no hubo ninguna explosión antes de que se pordujera la caída del primer helicóptero

Los ocupantes del segundo aparato dispararon al temer que era un ataque

Los lugareños afirman que en la zona no hay grupos de talibanes armados

Uno de los jóvenes señala la zona de los impactos

Publicado por
León

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Mir Ahmed no vio el helicóptero Cougar hasta que lo tuvo casi encima. Eran cerca de las once de la mañana. Acababa de tomarse un té y se disponía a volver al trabajo. Junto a él, otros tres muchachos se afanaban en sus tareas a las afueras de la aldea de Cheshma Khani, un pequeño conjunto de casas de adobe a unos 40 kilómetros de Herat. Ellos cuatro, aseguran, fueron los únicos testigos directos de la muerte de los 17 soldados españoles. «Oí el ruido de las hélices. Venía del este y volaba muy rápido y muy bajo, a muy pocos metros del suelo. Se estrelló directamente con la colina. Yo me quedé asombrado. No hubo ningún movimiento brusco, ni ningún cambio de trayectoria. Pegó en la cima de la colina con la panza, o con el morro, no lo sé bien. Después rodó un poco. Me asusté y salí corriendo», cuenta este muchacho de 25 años. Faqir Ahmed, de 18, y Akbar Anuar, de 16, aguantaron un poco más. Lo justo como para ver cómo el helicóptero, tras golpear la cresta de la colina, rodaba hacia una especie de planicie y comenzaba a arder hasta convertirse en una bola de fuego. Asistían atónitos a la tragedia sin saber qué hacer cuando oyeron el rotor de un segundo aparato. «Llegó también muy rápido, dio un viraje muy brusco a la izquierda y se posó en el suelo de una forma muy violenta. Los soldados salieron de la nave y nosotros nos escapamos asustados», cuentan. Los cuatro jóvenes no volvieron al lugar. Sí lo hicieron otros tres vecinos del pueblo, atraídos por el ruido y el humo en un lugar que no distaba más de cuatrocientos metros de sus casas. En Cheshma Khani nos aseguran que esos tres curiosos tuvieron que salir corriendo de la zona porque los soldados españoles, los del segundo helicóptero, los recibieron con uno o dos disparos. «Al aire», matiza uno. «No, de eso nada. A dar», replica otro. ¿Ataque? La de los ocupantes del segundo aparato fue la reacción típica ante lo que creyeron que era un ataque. Salieron de la nave en tromba, adoptaron una posición defensiva, se desplegaron y disuadieron a quienes se quisieron acercar a la zona del impacto. No les cabía ninguna duda. Seguían al primer helicóptero y éste había desparecido bajo una columna de humo. Segundos antes habían hecho sonar la alarma de combate. La munición del primer aparato explotaba dentro de sus vainas por el calor de la combustión. Para ellos estaba claro, les estaban atacando. Mir niega con la cabeza cuando le informamos de que la hipótesis del ataque es una de las que se baraja. «Dígales que se equivocan. No hubo ninguna explosión antes de que el helicóptero cayera, ni disparos, ni nada. Además, allí sólo estábamos nosotros. No había nadie más». Otro vecino, que asiste curioso a la conversación también niega con la cabeza. «En esta zona no pasan ese tipo de cosas, la gente no tiene lanzagranadas ni misiles ni armas con las que derribar helicópteros. Aquí no hay talibanes», dice. El Ejército español parece darles la razón, porque la conversación transcurre a escasos doscientos metros del perímetro de seguridad que una docena de soldados de la Brilat ha establecido en torno a los restos del primer aparato y al segundo, que aún permanece en la zona a disposición de los expertos que investigan la tragedia. Aunque el perímetro lo vigilan día y noche cuatro vehículos Vamtac armados con ametralladoras de 12.70 milímetros que escupen balas de un palmo de tamaño, todo parece indicar que los mandos militares en Afganistán no consideran hostil la zona. A primera vista, la zona no parece hostil. Hasta este pueblo de casas y mezquitas de barro se llega por unos caminos de pesadilla. La gente es amable y está deseosa de contar su versión de los hechos. Lo hacen a la sombra de los muros de adobe que guardan cada casa como si de fuertes del Oeste se tratara. La única hostilidad de Mir, Faqir y Akbar contra los españoles es que el terreno en el que trabajaban ha quedado dentro del perímetro de seguridad y llevan tres días sin poder ganarse el pan. «Hablé con ellos, porque no nos dejan pasar. Somos pobres y si no trabajamos no comemos», dice Akbar. Mirtambién se sorprende cuando le comentamos que el viento es otra de las hipótesis. Sacude con la cabeza mientras dibuja con la palma de su mano hacia abajo la trayectoria que dibujó el helicóptero. «Directo a la colina», dice dando a entender que no se produjeron bandazos.

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