Un atentado al sur del país acaba con la vida de cuatro militares de EE. UU.
Casi cuatro años después del fin de la guerra, Afganistán vive la peor ola de violencia de los últimos tiempos. Ayer, cuatro soldados norteamericanos murieron y otros tres resultaron heridos en un ataque con bombas en la provincia de Zabul, al sur del país. Con ellos, son ya 74 los militares estadounidenses muertos en lo que va de año. Quizás la cifra no diga mucho por sí sola, pero es mucho más significativa si se la compara con los apenas doce que murieron en el 2001 -el año de la guerra-, los 43 del 2002, los 47 del 2003 y los 52 del 2004. De momento, la violencia se concentra en áreas que quedan lejos del contingente español. Las de los norteamericanos no fueron las únicas muertes del día. En la provincia de Kandahar, un dignatario religioso, el mulá Abdulá Madang, fue asesinado junto a otro líder musulmán cuando salía de una mezquita. Se trata del quinto clérigo asesinado en los últimos tres meses en el sudeste del país. El acto fue reivindicado por Abdul Latif Haikimi, un portavoz talibán. Los talibanes parecen dispuestos a sabotear las elecciones del 18 de septiembre. Copian sus tácticas Para ello están copiando las tácticas de la resistencia iraquí. Utilizan el mismo tipo de bombas artesanales colocadas a los lados de la carretera y las hacen estallar al paso de los convoys. Ayer, dos soldados de EE.UU. resultaron heridos por la explosión de este tipo de artefacto en Kabul. Como los iraquíes, asesinan a los líderes religiosos que se les enfrentan y han comenzado a usar el secuestro como arma política. La semana pasada ya consiguieron que una oenegé que operaba en las provincias del sur se retirara del país para salvar a un rehén. Lo último que han copiado de la resistencia iraquí es to-mar como blanco a la policía afgana. Ayer mataron a dos en la provincia de Oruzgán, un enclave donde los talibanes tienen una fuerte presencia. No en vano, es la patria chica del mulá Omar.