«Decidimos que era nuestro momento, ahora o nunca»
Llegaron con escaleras fabricadas con ramas de árboles y lograron que parte de la valla cediera. Decenas de inmigrantes quedaron atrapados en las vallas o fueron pisoteados
«Nosotros saltamos hoy, vosotros haced lo que queráis». Alí Dembo y sus amigos de guinea Conakry tomaron la decisión de pasar la valla que separa Marruecos de Ceuta al mediodía del miércoles. Pronto se le sumaron otros grupos. «Había corrido el rumor de que en Melilla era más fácil pasar porque la valla era baja en algunos lugares. Muchos de los nuestros tomaron la decisión de ir allí. Los que tenían dinero viajaron. Los que no, nos quedamos. Algunos decidimos que era nuestro momento.». La noticia corrió como la pólvora. Se organizaron por grupos. Uno de cada tres emigrantes llevaba consigo el «pasaporte», la escalera hecha de troncos de los bosques y amarrada con cordones de zapatos con la que sortean la primera valla. Los grupos se juntaron por países. Cada país con su responsable de elegir el momento y el lugar por donde pasar. Llegaba el momento de acabar el viaje, como en el caso de Alí, dos años para alcanzar Europa, una espera de 16 meses en Marruecos, huyendo de las batidas de la policía, de sus abusos, de sus palizas, viviendo de la caridad de la gente y comiendo ratas asadas. Las mujeres que iban en el grupo de Alí tenían una razón añadida: escapar de las violaciones que, según varias oenegés, llevaban a cabo los gendarmes marroquíes entre las subsaharianas, sobre todo entre las congoleñas. «El asalto fue hacia la una. Cogimos las escaleras que habíamos escondido en el bosque y nos acercamos a la valla». Para Alí no era su primera vez. «Lo intenté en una ocasión, no hace mucho, pero la Guardia Civil me capturó después de que pasara la valla. Me cogieron y me llevaron a la frontera, donde me entregaron a los marroquíes. Ellos me llevaron hasta Oujda, en la frontera con Argelia y me abandonaron allí. Volví a pie. Dos días de camino» Había un poco de niebla. «Cuando estuvimos listos corrimos hacia la valla. Yo iba el primero, cargando la escalera. Enfrente vimos que había algunos Guardias Civiles, pero no eran muchos y nosotros sí. Dispararon al aire. Tuve miedo. Algunos se asustaron y dieron media vuelta. Otros seguimos, porque era entonces o nunca», cuenta Alí. «Yo pasé bien, a los que venían detrás les fue mucho más difícil», cuenta. Algunos tuvieron que trepar la primera valla y quedaron atrapados en el alambre, sufriendo heridas terribles. Uno de se abrió el estómago de lado a lado. «Oía gritos de los que se clavaban los alambres y oía los tiros que seguían estallando delante de mí. Sólo seguí adelante». Ahora, Alí come unas galletas y viste un chandal del Ejército. Es feliz. Ha llegado a Europa.