Diario de León

Las oenegés creen que serán internados en campos de concentración o abandonados en «tierra de nadie»

Marruecos lleva esposados a 300 sin papeles hacia la frontera del Sáhara

Sólo los inmigrantes de Senegal y Mali serán repatriados a su país de origen La adjun

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europa press | madrid

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Del desierto al desierto. La tragedia de los más de 2.000 subsaharianos que Marruecos abandonó a su suerte cerca de la frontera con Argelia dio ayer un nuevo giro hacia el desastre. El sábado por la tarde les habían prometido que se iban a casa, a sus países, en avión. Marruecos, presionado por la indignación internacional, parecía garantizar un final feliz para ellos. Sus cónsules se preparaban para hacerse cargo de ellos. Sin embargo, sólo un grupo de 606 inmigrantes de Mali y Senegal partió hacia el aeropuerto de Oujda. A los demás los metieron en autobuses y se los llevaron hacia el sur del país, al Sáhara Occidental. Al desierto. No fueron los únicos en tomar rumbo a la nada. A ellos se les sumaron varios grupos llegados de Tánger y de Nador, detenidos en las redadas que la policía ha llevado a cabo en los últimos días. Mujeres, niños, enfermos. De todo. Sin agua y sin comida. Esposados los unos a los otros y con un asiento para cada dos. En total, 1.200 inmigrantes que Marruecos se lleva a ninguna parte. Las últimas noticias situaban a uno de estos autobuses, en el que viajaban mujeres y niños, en Tantan, cerca del Sáhara Occidental, De allí no parece probable que se vaya a repatriar a nadie. Carlos Ugarte, de Médicos Sin Fronteras, declaró que «parece que quieren dejar a los subsaharianos tras el muro del Sáhara, una zona altamente minada y controlada por el Frente Polisario, a la que no tienen acceso ni las oenegés ni los periodistas». Diario de León ya estuvo en esa zona hace unos meses. Allí malvi-vían en tierra de nadie unos 70 bangladeshíes a los que habían abandonado en el desierto. Diez habían muerto antes de que el Polisario los encontrara. Vivían de la solidaridad de los que ya viven de la solidaridad. Ni la misión de la ONU, ni nadie, les daba una solución para volver a casa. «Por favor, sígannos. Nos detuvieron en el bosque de Nador. Los marroquíes nos dispararon. Dejamos un montón de cadáveres en el bosque. No sabemos adónde nos llevan. Sígannos, por favor. Si no están ustedes delante, nos van a llevar al desierto y nos van a matar», imploraba Faustin Pasto, de Sierra Leona. Su autobús había parado a respostar en Ouarfa y con medio cuerpo fuera de la ventanilla clamaba ayuda. Su compañero de esposas, un negro fuerte y curtido, lloraba como un niño. Unos asientos más adelante, alguien no soportaba la tensión y el miedo a ser abandonado en el desierto y saltaba por la ventanilla hasta quedar colgado de la muñeca de su compañero. Los demás extendían los brazos para pedir el agua que algunas oenegés y periodistas les acercaban. Cada botella era consumida en cuestión de segundos y volvía a aparecer por la ventanilla para ser rellenada. «Es inhumano. Hay gente nuestra ahí dentro. ¿Qué es esto?», exclamaba Abubakar Sillah, primer consejero de la embajada de Guinea Conakry. Había viajado desde Rabat para hacerse cargo a las 5.40 de la mañana de su gente. Llamó a la policía y les advirtió de que no hicieran nada con ellos. Cuarenta minutos antes de que llegara habían desaparecido. En el garaje donde habían dormido sólo quedaban sus zapatos y botellas de agua medio llenas que hablaban de una salida precipitada. Las autoridades de Bouarfa calificaron el viaje de más de veinte horas de los inmigrantes como un «reagrupamiento hasta que se llegue a un acuerdo con las embajadas». «El acuerdo ya existe. Los marroquíes mienten. El sábado se reunieron en Rabat siete em-bajadores de los países en los que proceden los inmigrantes. Íbamos a hacernos cargo de ellos. Ahora no sabemos dónde están», dice Sillah. Algunas oenegés creen que los indocumentados podrían ser confinados en campos de concentración mientras no se resuelva su situación. SOS Racismo emitió un comunicado en el que considera que Rabat practica una política de «limpieza étnica y racial». «Esto es una auténtica carnicería», denunció su portavoz.

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