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«Quieren que nadie nos encuentre»

Varios de los 2.000 subsaharianos que Marruecos lleva de un lado a otro del país narran su historia. «Sólo rezo para que pase algo bueno», asegura uno de ellos

Publicado por
León

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«Tengo mucho miedo. ¿Cómo te puedes sentir cuando no sabes a dónde te llevan ni de dónde te traen. Por favor, hagan algo. Sáquennos de aquí», clama Mohamed desde el otro lado del teléfono. El autobús que lo trae prisionero está cerca de Guelmin, en el sur de Marruecos. El cargador casero que lleva con él, hecho con dos pilas y unos cables, le ayuda a mantener su móvil conectado y seguir teniendo una vía para comunicarse con el exterior y pedir socorro. A Mohamed lo detuvieron en el bosque de Ben Younech hace ya diez días. Él se entregó sonriente, porque ya no podía más. Aquello era ya demasiado duro para él. Pero en vez de llevárselo hacia Oujda, el destino habitual de los subsaharianos expulsados, los marroquíes lo abandonaron en medio del desierto. Consiguió sobrevivir andando, dejando algunos compañeros atrás, encontrando una carretera, caminando casi cien kilómetros hasta que lo volvieron a detener. Después una promesa de repatriación. Otra mentira. Hace varios días que viaja hacinado en el autobús, esposado a otro compañero. Su última comida -dos trozos de pan- la hizo el lunes. «Nos han llevado a Tantan, hacia el sur, y luego hemos subido otra vez al norte. Nos llevan de un sitio a otro sin parar, me parece que lo quieren es que nadie sepa dónde estamos. Quieren escondernos para que nadie nos encuentre», dice. Mohamed es uno de los más de 2.000 subsaharianos que Marruecos lleva de un lado al otro del país. Más de cuarenta autobuses llenos que circulan con un destino incierto, con trayectorias erráticas, difíciles de entender. Una procesión de deportados que sigue funcionando a plena máquina. Shakib Khiari, de la Asociación Marroquí de De-rechos Humanos, asegura que de Nador, uno de los puntos de partida de esa procesión, siguen saliendo autocares con subsaharianos. «Da la sensación de que estaban preparando una deportación masiva al desierto, pero que, al darse cuenta de la repercusión internacional de todo esto, están cambiando de planes sobre la marcha», dice uno de los responsables de las oenegés que siguen a los convoyes. Dos infiernos parecidos No es sólo una sospecha de las oenegés. Los datos sobre el terreno parecían ayer confirmar esa intención de Marruecos. Seis autobuses se encontraban en Bir Gandouz, la última localidad antes de la frontera sur con Mauritania. Médicos del Mundo había enviado una misión para atenderlos. El temor era que se repitieran escenas como las del 2003, cuando varios subsaharianos murieron tras ser abandonados en la frontera, en zona de nadie. Otro número indeterminado de autobuses se dirigía hacia el muro que separa el Sáhara ocupado por Marruecos de los territorios controlados por el Frente Polisario. Médicos Sin Fronteras intentaba verificar ayer que al menos ochenta inmigrantes fueron obligados en Smara a bajarse de los autobuses y dispersarse por el desierto. De hecho, fuentes saharauis confirmaron que, por petición de algunas oenegés y organismos internacionales, se estaban preparando para ir a recogerlos a su lado del muro y evitar así una muerte segura en el desierto. En el 2004, más de diez bangladeshíes perecieron tras ser expulsados al otro lado del muro. Los casi cincuenta que sobrevivieron fueron rescatados y alimentados por el Polisario. No pueden volver a sus casas porque no les dejan cruzar ninguna de las fronteras cercanas. Nos los encontramos hace medio año en Tifariti. Hoy siguen allí. «Sólo rezo para que pase algo bueno», dice Mike, un nigeriano cuyo autobús acaba de llegar a Dakhla, la antigua Villa Cisneros. Ahora permanece confinado en el que fue cuartel del Cuarto Tercio de la Legión Alejandro Farnesio. Mike nos lo dice por teléfono, porque nadie, ni la prensa ni las oe-negés, tiene acceso a ellos. No lejos de él debe de estar Abdelrahman Fadiga, uno de los inmigrantes que resultó herido de bala en el asalto a la valla de Ceuta en el que murieron cuatro subsaharianos. Además de él hay algunos heridos más, muchos niños y mujeres embarazadas. A pesar de todo, Dakhla podría convertirse en el inicio del fin de esta tragedia. Aquí, en la base, están reagrupando a varios autobuses dispersos por el sur. Lo mismo ocurre en Guelmin y en otros puntos del país. Según fuentes gubernamentales locales, Marruecos habría llegado a un acuerdo con las embajadas de los países de los que proceden los inmigrantes para llevar a cabo su evacuación. Volarían en aviones militares hasta Oujda, y de ahí serían enviados a sus países. Otra vez promesas. Habrá que ver los hechos. Después de lo visto en los últimos días, nadie parece dispuesto a dar un voto de confianza a Marruecos.

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