Diario de León

Diario de León comprueba que muchos clandestinos recogidos por el Polisario proceden de un convoy de expulsados

Localizados en el Sáhara los inmigrantes que Marruecos niega haber abandonado

Los «sin papeles» acusan a Rabat de obligarles a caminar entre minas

Un grupo de inmigrantes prepara la comida en el puesto saharaui en el que se han refugiado

Un grupo de inmigrantes prepara la comida en el puesto saharaui en el que se han refugiado

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Marruecos miente. Miente cuando dice que no abandonó a ningún subsahariano tras el muro que divide el Sáhara Occidental de los territorios controlados por el Frente Polisario. Miente su primer ministro, Driss Jettu, cuando afirma que todo esto de las deportaciones al desierto es una invención de Argelia y del Polisario. Mienten. Nosotros lo hemos comprobado y la misión enviada por la ONU, la Minurso, nos lo ha confirmado extraoficialmente, sin nombres, para no molestar demasiado a Marruecos. Los 92 inmigrantes que el Polisario encontró en el desierto del Sáhara, abandonados con un poco de pan y de agua, son los mismos que nos encontramos hace una sema-na en la estación de servicio de la localidad marroquí de Bouarfa o saliendo exhaustos del desierto en Ain Chouater. Los vimos hacinados en varios autobuses, esposados los unos a los otros, clamando ayuda a los periodistas, pidiéndoles el agua que los marroquíes les negaban, llorando como niños porque intuían el destino que les esperaba, suplicando que les siguiéramos para que la suya no fuera una muerte sin testigos. Viajaron durante cuatro días a lo largo del país. Hasta que al final les dieron una patada y los lanzaron a uno de los desiertos más duros del mundo. Ahora nos los encontramos en Bir Lehlu, el puesto saharaui donde el Frente Polisario hizo hace treinta años su declaración de independencia. Los inmigrantes subsaharianos son ahora sus huéspedes bienvenidos porque muestran al mundo la vileza del eterno enemigo marroquí. Caras conocidas «¿Te acuerdas de nosotros? Te pedíamos agua. Te contamos que veníamos de los bosques de Nador, que habíamos dejado un montón de cadáveres de compañeros en el bosque. ¿Te acuerdas?», pregunta Abdel Rashid, natural de Ghana. Es difícil de olvidar sus caras. Y sus gritos. Aquel joven negro que, desesperado, sacó su cuerpo por la ventanilla del autobús hasta que quedó colgado del brazo de su compañero, a quien estaba esposado. «¡Sígueme, sígueme! ¿No te das cuenta de que nos van a matar? ¿Es que quieres morir?», gritaba llorando. El destino de Haruna «Se llamaba Haruna, era de Ghana, como nosotros. No sabemos dónde está. Lo abandonaron en el medio del desierto, como a nosotros. Él se puso nervioso y empezó a caminar. Le preguntamos dónde iba. Dijo que no quería morir, que se iba de allí. Se fue con un tipo alto que yo no conocía bien. No los volvimos a ver. Nadie sabe dónde está», cuenta Abdel Rashid. Los marroquíes los llevaron hasta algún punto cercano al muro. La formidable barrera defensiva de 2.500 kilómetros que Marruecos construyó en los ochenta para hacer frente a las envestidas del Polisario estaba ante ellos. Les hicieron avanzar por un pasillo estrecho. Había minas a izquierda y a derecha. «Les dijeron que estaban a cinco kilómetros de Mauritania y a diez de Argelia, cuando en realidad estaban a más de 300 kilómetros de la ciudad más cercana. Nosotros lo hemos sufrido durante 30 años, pero ahora el mundo puede ver lo poco que Marruecos respeta los derechos humanos», comenta Mohamed Khadad, el hombre que maneja en el Polisario las relaciones con la misión de las Naciones Unidas, la Minurso. «Algunos quisimos volver, pero los marroquíes no nos dejaron. Nos amenazaron con matarnos y dispararon al aire. Yo casi estaban tentado de volver. ¿No es mejor que te maten de un tiro que morir de sed en el desierto?», pregunta Destiny, un nigeriano de 18 años que hace ya dos que salió de su país en busca de una vida mejor. Decidieron seguir adelante. Caminaban de día, porque de noche no podían ver si el suelo estaba minado. Cuando oscurecía y el frío del mes de octubre barría el desierto, los supervivientes hacían fuego para calentarse. «No teníamos mantas ni nada para abrigarnos. Pasamos tres días así. No nos quedaba comida, ni agua. Estábamos desesperados. Me empezaron a sangrar la nariz y los oídos. Me dolía la cabeza. Pensé que era el final», cuenta Destiny. Perdidos en el camino Algunos compañeros se quedaron por el camino. Los números cambian según a quién se pregunta, pero hay consenso en que fueron al menos cinco hombres y dos mujeres los fallecidos. A la Minurso le preocupa el paradero de 17 mujeres, varias de ellas embarazadas, que no aparecen por ninguna parte. Destiny echa de menos a Efi, Osu, Make, Jux, Ebo y otros amigos. «Estarán perdidos en el desierto. O muertos», dice. Y sus ojos se nublan. «Cuando nos abandonaron, los marroquíes nos dijeron que España les había pagado 40 millones de euros para que nos mandaran a morir al desierto. ¿Es eso cierto?», clama Destiny.

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