Mirar atrás con el deber cumplido
Pocos españoles hubieran apostado el 22 de noviembre de 1975, apenas 48 horas de la muerte del dictador Franco, que el reinado de Juan Carlos I iba a ser el periodo más próspero y estable de la historia de España. Pero el Rey celebró ayer, con un concierto de música de Mozart y Brahms, que ofreció en su honor la orquesta sinfónica de Tenerife, el trigésimo aniversario de su acceso al Trono. Y el miércoles, cuando reciba en el Palacio Real al Gobierno y las altas instituciones del Estado, su imagen será muy distinta a la que aquel joven que, hace treinta años, prometió una etapa nueva pese a que había sido educado a la sombra del viejo régimen y sólo ofrecía como credibilidad su propia confianza en el futuro. Tres décadas más tarde, nadie duda de que don Juan Carlos cumplió su promesa y puede mirar atrás con orgullo, satisfecho del cambio experimentado por su país, y presumir de contar con el aprecio mayoritario de los ciudadanos y haber logrado una alta valoración de la monarquía. Abuelo feliz El Rey celebró ayer sus treinta años de reinado como un abuelo feliz, tres semanas después de nacer su última nieta, la infanta Leonor, que ha puesto un nuevo eslabón en la dinastía de los Borbones. La fotografía de don Juan Carlos con su heredero al lado y la neófita infanta tiene una carga simbólica de continuidad y estabilidad que no logró nunca antes un monarca español. A sus 67 años, el Rey ha cumplido con creces su misión, don Felipe está preparado para sucederle y la pequeña Leonor ha abierto la puerta de un futuro todavía lejano. Tras los duros años de la transición, que se cerraron con el fracaso del golpe de Estado en el que el monarca tuvo un papel decisivo, llegó una intensa actividad de representación internacional. La adhesión a la Comunidad Europea supuso un hito para la estabilidad política y a partir de entonces el Rey asumió su papel constitucional de «árbitro y moderador», pero sobre todo de «alto representante del Estado». Los viajes al extranjero centraron gran parte de su actividad y Latinoamérica, Europa y el Magreb fueron escenarios repetidos de sus visitas. Pero también actuó como puente entre mandatarios extranjeros y abrió puertas a nuevas relaciones diplomáticas y comerciales que después canalizarían los gobiernos. Treinta años después de su coronación, con la satisfacción del deber cumplido, el Rey sólo querría ver cumplido un último deseo tantas veces repetido: no basta con que los ciudadanos se declaren «juancarlistas».