Estudiantes e inmigrantes acaparan dos tercios de la demanda de pisos de alquiler
La oferta de aproximadamente 11.000 viviendas de alquiler en León capital tiene una clientela que se reparte, casi en trozos iguales, entre estudiantes, inmigrantes y familias que aún no han decidido lanzarse de cabeza a una hipoteca. Sumados todos ellos representan apenas una quinta parte de la población de la ciudad, donde la cultura del alquiler ha arraigado poco, al contrario que en otros países europeos, donde la movilidad laboral deja poco margen a los ciudadanos para instalarse de por vida en un crédito inmobiliario. Los estudiantes constituyen un mundo aparte que se concentra en barrios como La Palomera, San Mamés o Villaobispo, próximos todos a la Universidad y muy caros. Tienen, incluso, su propia agencia de alquileres -el llamado Programa Vivienda de la ULE- y su mercadillo se rige por normas propias: una oficina de la Junta de Estudiantes se encarga de poner en contacto a propietarios e inquilinos, que muchas veces alquilan los pisos por habitaciones a precios que no suelen bajar de 150 euros al mes, con lo que, al final, la vivienda suma una renta equivalente a cien mil de las desaparecidas pesetas. La bolsa de pisos no baja casi nunca de 400 a comienzos del curso y la morosidad es mínima porque la familia de los alumnos siempre paga. La universidad de León tiene 15.000 estudiantes, de los que sólo la mitad tienen su domilicio familiar en la ciudad y el resto tiene que buscar alojamiento como puede: los colegios mayores y residencias estudiantiles ofrecen sólo 1.200 plazas, de modo que el resto, hasta casi 7.000, termina alquilando no menos de dos millares de pisos. Inmigrantes El segundo colectivo en importancia para el mercado de alquileres es el de la inmigración desde mediados de los años noventa. La demanda suele concentrarse en los barrios más baratos, como El Crucero, Trobajo del Camino o San Esteban, aunque el fenómeno no le es ajeno a ninguna zona de la periferia de la ciudad. Según estimaciones de la Cámara de la Propiedad Urbana la demanda de los inmigrantes representa ya un tercio del total en el mercado de alquileres, con unas características muy concretas: contratan por grupos étnicos o nacionalidades en según qué zonas, tienen, incluso, sus propios locales o bares para reunirse, también de alquiler, y generalmente piden viviendas amuebladas, «aunque sea en precario, porque vienen con lo puesto y poco más». Según las mismas fuentes, la inmigración ocupa el último escalón en la calidad de las viviendas y, aunque inicialmente generó reticencias entre no pocos propietarios, ahora los contratos se firman con la mayor naturalidad, a veces demasiada porque las viviendas presentan condiciones de habitabilidad mínimas. «Suele bastar como garantía para el arrendador un contrato de trabajo, algo que no se le pide a los de aquí, y asunto concluído». Se supone que la inmigración cubrirá en los alquileres el hueco que ha dejado entre los nacionales la fiebre de las hipotecas, pero no es seguro que lo haga del todo.