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| Testimonio | Olvido y Araceli |

«Las familias necesitamos un centro de respiro para urgencias»

Olvido, de 63 años, con su hermana Araceli, de 66, que se ocupa de ella desde hace seis años

León

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Araceli lleva seis años sin descansar. Es el tiempo que ha pasado desde que su hermana, Olvido, cayó enferma con el mal de Alzhéimer. Muchas veces le dicen que la deje en una residencia, pero Araceli está dispuesta a atenderla «mientras pueda, cuando no pueda tendré que meterla en un centro de día y de noche». Al principio era reacia hasta a llevarla a un centro de día, como el de la asociación de amigos y familiares de alzhéimer de León, al que en cambio la acompaña ahora diariamente a las diez de la mañana para recogerla a las seis de la tarde. «Me lo aconsejó el médico», aclara. La vida de Araceli, de 66 años, ha cambiado radicalmente. Además de atender a su hermana se ha quedado viuda y aquellos tiempos en los que salía de excursión y hacía vida social forman parte del recuerdo. Ahora le preocupa que la ley de dependencia sirva para dotar de más recursos de atención a los enfermos de alzhéimer. «Es importantísimo un centro de respiro. Yo ahora tengo que operarme, pero ¿cómo me arreglo con mi hermana?», se pregunta. Un centro de respiro es una residencia especializada en la que los familiares pueden ingresar a sus enfermos durante períodos especiales. Olvido tenía 57 años cuando le diagnosticaron la «peor enfermedad del mundo». Todavía hoy, con 63 años, no se habría jubilado como secretaria en Dragados y quien sabe si seguiría haciendo expediciones a la montaña. Pero el alzhéimer no le permitió culminar su viaje a la Patagonia. Tuvo que regresar de Argentina al inicio del viaje aparentemente por un problema intestinal. Al llegar a León su hermana comprobó que el problema era de mayor magnitud. La enfermedad había empezado mucho antes, pero Olvido vivía en Madrid y nadie sospechó: «Me decía que se ponía trampas en casa porque se olvidaba de las cosas, pero al llegar aquí muchas veces me decía que no sabía dónde estaba y empecé a preocuparme». Piensa que gracias a los tratamientos que ha buscado para su hermana -acude a una consulta en La Coruña- la enfermedad avanza más despacio. «A lo mejor es una ilusión, pero, mira, yo lo he intentado». Olvido aún «sabe» vestirse bajo la atenta e insistente supervisión de Araceli -«le tengo que decir ponte esto, ponte lo otro y repetirlo muchas veces»- y también lavarse, pero se olvidó de la ducha desde el primer momento. «Decía que no sabía lo que era y se echaba el agua con un vaso, yo la dejo y luego la baño», precisa. Quiere es que su hermana no olvide, aunque sabe que es inevitable y que a medida que avanza su desmemoria de la vida y del cuerpo Olvido se hace más dependiente de ella. «Lo que peor llevo es ver que no me entiende y que no hay manera de hacérselo entender». Nieves, la trabajadora social de la asociación, le recuerda que Olvido ya no tiene capacidades cognitivas, aunque recuerda el nombre de su hermana, «le queda movilidad y capacidad de manipulación, motricidad fina». Por eso cada día, salvo que el tiempo lo impida, las dos van andando al centro de día desde Armunia.

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