«Normal» para los amigos y «paranoico» para los psicólogos

«Manuel era una persona completamente normal. Puede que un poco tímido e introvertido, pero su relación con los vecinos y amigos era correcta. No era muy conocido en el pueblo, porque apenas paraba por aquí, ya que sólo venía a casa de su madre a descansar. Nunca pensé que podía hacer lo que ha hecho». Quien así se expresa es Javier Cacho, un amigo de Manuel Ramírez Torrecilla, el vigilante jurado que el lunes acabó con la vida de dos compañeros e hirió a un tercero en el Palacio de Telecomunicaciones de Madrid. Cacho conocía al agresor desde hace unos diez años, pues vive y tiene su negocio a pocos metros de la vivienda de la madre de Manuel, que es la segunda residencia del hijo, en la localidad de La Adrada, a 80 kilómetros de Madrid. Además, ambos compartían afición a la caza, y de hecho pertenecían a la Asociación de Cazadores de La Adrada. Cacho, que vio por última vez a su amigo durante estas Navidades, aseguró a este periódico que no conocía los problemas laborales que Ramírez padecía con sus compañeros, pero que en «ningún momento parecía un hombre acosado». Otros vecinos de la localidad abulense insistieron en que la relación del vigilante «con la gente a la que conocía era normal y no tenía ningún problema de trato». «Era de lo más sencillo y normal, incapaz de hacer daño a nadie», aseguraba una vecina del municipio que no quiso identificarse. Brote paranoico Sin embargo, la violentísima reacción del vigilante apunta a un «brote paranoico», según el psicólogo clínico Elías Sánchez, que cuenta con 28 años de experiencia en el trato a este tipo de pacientes. «El paranoico se siente perseguido, y suele responder tratando de destruir el objeto que cree que le acosa y que es negativo para él, en este caso sus compañeros de trabajo. Luego, cuando fue consciente de lo que había hecho, es incapaz de asumir su responsabilidad y se autodestruye. Por eso se mató», asegura.