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El estatuto va de rebajas

Con el texto final previsto, se puede adelantar que España no corre riesgo de romperse. La?economía y?la vida en general parecen funcionar al margen de cualquier catastrofismo

papeles de Salamanca

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Publicado por
Manuel Campo Vidal
León

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Aunque la mitad de la legislatura se cumpla en mayo y los dos años de la victoria socialista el 14 de marzo, está claro que este fin de semana marca necesariamente el punto de inflexión para el Gobierno Zapatero. Se viven las últimas horas, decisivas, para el futuro del Estatut y del resto de autonomías, por tanto. A partir de ahora, a terminar rápido las reformas, a reparar averías y a limpiar la fachada o, de lo contrario, ZP se sumergirá en la piscina de la intención de voto. La tarde de ayer sábado fue un fragor telefónico en Madrid a la caza de Alfredo Pérez Rubalcaba que debía entregar a los partidos aliados el texto estatutario «casi último» del PSOE y del Gobierno después del Comité Federal. Casi todos a favor allí, según la portavoz catalana -que no es otra que la andaluza Manuela de Madre-, aunque con significativos silencios que ella misma percibió. «Solo una intervención y media en contra», según José Blanco que llegó a citar a los autores, Acosta y Fuentes, a saber, un portavoz guerrista y otro de Rodríguez Ibarra. El PSOE controla por tanto su escenario interno, no sin turbulencias, y el PSC ya ha adelantado que está con el PSOE y con el Gobierno. Faltaría más. El más díscolo, Pasqual Maragall, les dijo: «No os fallaremos, no me falléis. Lo mejor está por venir.» Pocos le creyeron porque la aprobación y los silencios de ayer han requerido altas dosis de disciplina para contener la discrepancia. Blanco y Alfonso Perales han repartido mucho Parche Sor Virginia. Y copitas de Agua del Carmen. Si ese es el retrato de los socialistas, cabe imaginar que el de España aparece aún más descosido. Hay incomprensión manifiesta sobre la necesidad de reformar los estatutos de autonomía -incluso el propio- y desagrado por las aspiraciones maximalistas que llegaron desde Cataluña acompañados de declaraciones provocadoras como la de Carod Rovira.(«El Estatuto es un punto y seguido hacia la independencia»). Pero estamos donde estamos. Aunque todavía no se pueda decir con certeza que la situación está resuelta, a la espera del papel final que reparta Rubalcaba y de la escenificación del lunes en Moncloa -con el pujolista Mas y con un Carod moderado, vestido con ropaje posibilista- lo más probable es que haya acuerdo. Y con el texto final previsto, entre lo que se conoce y lo que se presume, se puede adelantar que España no corre riesgo de romperse. Otra cosa es que lo lamenten quienes han crecido en intención de voto a cuenta de los errores, formales y de fondo, cometidos y de la tensión generada. Un ejemplo gráfico: esta semana una periodista parlamentaria, que está de Estatut hasta donde cabe imaginar, igual que sus colegas y buena parte de Sus Señorías, salió del Congreso y, por relajarse, se fue de rebajas un rato. Media hora después de llegar a su casa la llamaron desde una tienda Zara del centro de Madrid para decirle que se había dejado una carpeta en la caja. ¿Haría eso cualquier comercio, en otro punto de España, tomándose la molestia de identificar a la compradora por los resguardos de la tarjeta de crédito, localizar el teléfono particular, se supone que por esa vía, y llamar, sin la tensión que se palpa en el ambiente? «En la carpeta ponía Congreso de los Diputados y dentro iba el texto del Estatuto Catalán, así que, por suerte para mí, debieron asustarse», narra la periodista olvidadiza. El Estatuto catalán también va de rebajas, al menos del alto precio al que lo tasó inicialmente el Parlamento de Cataluña. Cierto es que el pujolismo se resiste a comprarlo en un intento de quedar mejor ante los suyos en la foto final. Y, desde luego, que las rebajas no garantizan que el Partido Popular pueda acercarse al deseable consenso porque le es más rentable la confrontación. No quiere eso decir que el texto definitivo no sea un progreso para Cataluña y en consecuencia para todos los que vengan a continuación, desde el andaluz al gallego, pero hubiera podido redactarse un texto inicial más acotado, menos intervencionista y más cercano al realismo sin levantar estas polvaredas en un país -o mejor en un Madrid- que se incendia verbalmente con gran facilidad. «La situación de España es horrorosa», sentenció Loyola de Palacio en un programa radiofónico esta semana. Después la economía y la vida en general parecen funcionar al margen de ese catastrofismo.

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