| Crónica | El día en que hubo varios héroes |
El 23-F no terminó el 23-F
De no haber sido por las imágenes que todos pudimos ver por televisión, algunos de los que conocemos hoy dirían que Tejero pasaba por allí con su tropa y entró sólo a saludar
No formo parte de los cuatrocientos periodistas que, según Víctor Márquez Reviriego, aseguran haber presenciado la entrada de Tejero en el hemiciclo desde una tribuna de prensa en la que caben cincuenta. No. Ese día estaba en Alemania y me bastó ver en el telediario de la noche la foto de Tejero, pistola en mano, para comprender lo que pasaba. De golpe, recuperé aquella vergüenza que sentía en mi época de estudiante en París cuando tenía que explicar que no compartía la dictadura del general Franco. Pasé la noche pegado a un transistor por el que podía sintonizar la Ser. Desde allí escuchaba a José María García, que aquella noche soñó con pasarse a la política hasta que el general Sáenz Santamaría lo devolvió a los estadios. «¿Que tiene que decir, general, ante lo que está sucediendo en España?». «Que dimita Pablo Porta», fue toda la respuesta del Jefe de la policía nacional, en alusión al entonces presidente de la Federación. El sentimiento de vergüenza se agravó cuando hubo que responder las preguntas de ciudadanos alemanes. No comprendían como los servicios secretos españoles no detectaron la preparación de la intentona, o la marcha por Madrid de tres autobuses no reglamentarios con guardias civiles armados, camino del Congreso, el día crítico que se votaba la investidura. Después supimos que tres coches de esos servicios escoltaron a los autobuses. Pero el 23-F no terminó aquel día aciago. Sí estaba, ese día sí, entre los periodistas, en el Consejo Supremo de Justicia Militar, en la lectura de la sentencia de los condenados por la intentona. No se me olvidará la cara enrojecida, como a punto de estallar, del general que rompió el sobre lacrado y, de pie, comenzó a leer: «Teniente general Jaime Miláns del Bosch, treinta años¿». Ni se me olvidará la impresión al identificar a la víctima de un incendio en una vivienda del parque de Las Avenidas de Madrid, años después. Era un hombre mayor, paralítico, que no había podido huir de las llamas. El número de la calle se correspondía con un domicilio citado en el juicio de los golpistas. Su apellido era Cortina y, casualmente, era el padre el comandante del Cesid que en aquella misma casa citó a Tejero para convencerlo de la urgencia del golpe. Aquella precipitación, probablemente, determinó su fracaso. La historia aclarará si el co-mandante Cortina fue héroe o villano. Pero sí sabemos aquella noche hubo otros héroes además de Suárez, Carrillo y el general Gutiérrez Mellado. Los periodistas de Efe que guardaron el carrete de fotos, uno en el calcetín y otro en los calzoncillos, con las instantáneas de Tejero que dieron la vuelta al mundo; los técnicos de la Ser y RNE que no desconectaron la línea para que se pudiera grabar el audio de la intentona o el operario de TVE que, ante el requerimiento de un asaltante para que apagara la cámara, se limitó a darle el máximo de brillo. La cámara siguió enviando la señal pero en el visor no se veía nada y el guardia se conformó. Sin todas esas pequeñas gestas, lo más probable es que hubieran terminado argumentando en el juicio que Tejero y su tropa pasaban por allí y entraron sólo a saludar. La capacidad de manipular la historia, incluso la más reciente, y a veces la cotidiana, es tan potente y tan descarada que uno piensa que el general Pavía, que entró a caballo en las Cortes, no tenía buenos jefes de prensa. Con alguno de los que conocemos, todo hubiera quedado en que se le desbocó el caballo en la Carrera de San Jerónimo y no lo pudo controlar hasta el mismísimo hemiciclo. A lo sumo, hubieran sancionado al equino por rebelde.