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| Crónica | Un día después y más por delante |

«Si no llega a llover, habría muertos»

Andrés Montalvo, el funerario, que se mantiene ingresado en el Hospital, recuerda cómo le afectó el rayo, «que pasó como una ráfaga de metralleta», al coger el féretro

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A. Caballero - león
León

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Quizá si no hubieran hecho caso al cura, si no hubiera llovido, si no hubiera salido el rayo del templo... Toda la historia se escribe en condicional porque los centenares de personas que se encontraban en la iglesia de Prioro tienen el privilegio de poder contar la historia; ésa que ya forma parte del imaginario colectivo de la montaña leonesa. Una que se podría narrar al calor de un filandón. La de cómo la corriente eléctrica desatada por la tormenta dejó a las puertas el ataúd de Covadonga. En ese punto de la historia entra directamente Andrés Montalvo Montalvo, que ayer todavía descansaba en una cama del Hospital, con los pelos de la pierna derecha chamuscados y pendiente de las pruebas realizadas para evaluar su estado. Recuerda que «el cura mandó a la gente que se metiera en la iglesia porque empezó a pintear» y que a él le tocó salir junto a otro hombre para meter el féretro dentro. «Según toqué la caja me atizó la descarga. Pegó un bombazo, como si fuera una bomba. Salí despedido 2 ó 3 metros y caí al suelo. Me palpé las piernas y no las podía mover, así que tuve que arrastrarme hasta que llegué al coche para apoyarme y ver si me levantaba», relata con profusión de verbos en activa, antes de abrir mucho los ojos para elevar la importancia de su discurso y explicar la primera imagen que tuvo: «Miré desde el suelo y era como si pasara una ráfaga de metralleta, ta-ta-ta-ta, y todos caían». El contexto que se generó queda resumido en una sentencia: «Pensé que quedábamos allí», asienta, mientras se deshace los dedos con la intención de rememorar la «gran sensación de impotencia, por no poder hacer nada ni ayudar a la gente, y el miedo». «Vete moviéndote, me decían, pero yo no podía ni andar, me caía porque las piernas estaban acalambradas», afianza, aunque concede que después empezó «a moverse para que no se engarrotaran los músculos». Entonces, comenzó a darse verdadera cuenta de los sucedido, de que «el rayó destrozó la espadaña, tiró a todos los que estaban en el soportal, entró en la iglesia, bailó dentro, fulminó la lámpara que había y reventó hasta la veleta, que a saber dónde hay cachos». A su vera, «cascotes y piedras de hasta 1.500 kilos, un zapato calcinado, hecho una bola, y el coche fúnebre destrozado». «A ver quién lo cubre», lamenta. A quien le cubrió, afirma, fue a «un señor que se libró porque el portón del coche fúnebre estaba levantado y la piedra cayó encima, que sino lo pilla». No había mucha gente fuera. Había entrado después de que lo mandara el cura, empujada por la tormenta que traía en danza el puerto del Pando. «Si no llega a llover, habría muertos», sentencia Andrés, convencido de que lo que ocurrió en la tarde del 19 de abril del 2006 en Prioro «no se olvida, porque los campeones se acabaron». Y continúa con se letanía del condicional: «Podía haber habido una catástrofe si no sale el rayo de la iglesia». Andrés hace risas sobre que estudiaba en el Leonés cuando Zapatero y cita que una de las enfermeras que le atiende le ha dicho que tiene la tensión alta. «Será alta tensión», bromean a su alrededor. «Ahora, te ríes, pero...»

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