La ciudad de los muchachos de Armenteros, donde viven 400 menores desprotegidos, sigue en riesgo por falta de ayudas
El tercer mundo a tres horas en coche
Docenas de niños han llegado al centro bajo el protectorado del Consulado de Honduras en León
«Nuestro campo es el mundo de los pobres, de los que carecen de dinero, de familia, de patria, de conocimientos» JESÚS TRUJILLANO, sacerdote promotor del centro de Armenteros Alma nació en Honduras. Es un nombre ficticio elegido porque significa «la de corazón cálido», el principal rasgo de su carácter. Es dicharachera, busca el cariño agarrando de la mano, da besos. Hoy debe tener unos seis años, pero cuando llegó a Armenteros tenía sólo dos. A esa edad fue vejada por unos desconocidos. Su madre, a la que también violaron, y su padre fueron asesinados en su presencia. Pero, aún hoy, la pequeña no se cree huérfana. En parte no le falta razón. Tiene alguien que se considera su padre y algo así como 800 hermanos y hermanas de 32 nacionalidades distintas, a quienes le une una infancia trágica o simplemente difícil. El punto de encuentro es el colegio La Inmaculada, ubicado en la remota localidad salmantina de Armenteros. La ciudad de los niños tiene más habitantes que la aldea. Es un lugar deprimido y en el que se percibe un histórico abandono por parte de las administraciones. Incluso La Cabrera leonesa tiene mejores carreteras. En ese entorno, por otro lado privilegiado por su horizonte de encinas, se está desarrollando una labor social y educativa desconocida por la mayoría. El centro recluta el alumnado que otros no quieren, en ese inmenso campo del chico difícil, con retraso escolar, procedente de la familia deshecha, de la situación anómala o de la tragedia. Castigo divino «Nuestro campo es el mundo de los pobres, en el más amplio sentido de la palabra; no sólo los que carecen de dinero, sino los que carecen de familia, de patria, de conocimientos...». La reflexión es de Jesús Trujillano, el sacerdote que llegó castigado a Armenteros en los años 50 por sus ideas «extremadamente sociales» y que hoy dirige este gigantesco complejo financiado, principalmente, con su patrimonio personal. Hoy hay más de 800 chicos y chicas. De ellos, 60 son externos -son los que residen en los pueblos de los alrededores- y 300 pagan una cuota de 150 euros al mes. Pero hay casi 400 chavales de minorías étnicas y culturales traídos de países del tercer mundo cuya estancia es gratuita y para la que no se cuenta con ningún tipo de ayuda. Docenas de estos niños y niñas han llegado a Armenteros bajo el protectorado del Consulado de Honduras en León, cuyo titular es en la actualidad Isidro de Celis. El submundo de la inmigración «Hay chicos de más de 20 países de África e Hispanoamérica, pertenecen a ese submundo que se mueve en nuestras ciudades, fruto de la inmigración, que trabaja donde puede y como puede, que no tiene residencia fija, donde el hijo es un estorbo. Pero, como el instinto maternal prima sobre cualquier otro, educan a su hijo como pueden y, por unos sistemas de comunicación que nosotros desconocemos pero que ellos manejan, descubren Armenteros y nos confían a sus hijos», explica el padre Jesús. Es muy raro que el colegio reciba visitas de foráneos. Son pocos los que se quieren acercar a este efugio. Trujillano, hombre controvertido y de extremos, se queja de que ningún presidente de Castilla y León haya conocido esta realidad, y mucho menos aún ningún representante del Gobierno. Resulta paradójico que una labor de este tipo no sea una preferencia inversora en las consejerías de Educación o Bienestar Social. Superando mes a mes «La tragedia es como superar el mes y seguir viviendo», admite el padre Jesús. Y no es para menos, puesto que el único dinero que entra, al margen de las cuotas de los internos que pueden pagar, son las donaciones de antiguos alumnos y los 18.000 euros mensuales que el Estado aporta para gastos de mantenimiento, pero que no llegan ni para pagar la luz y la calefacción. Y aunque el Gobierno paga la mayor parte del profesorado, el resto de personal (administración, limpieza, cocina, recepción, transporte, profesorado auxiliar) corre a cargo del centro, y esto supone una nómina similar a la del conjunto de profesores, por lo que la situación es «de riesgo permanente». Pero todos estos problemas quedan en el trastero en el día a día. Son las cinco de la tarde de un martes. Kilómetros antes de llegar al colegio se escucha por un megáfono el Himno de la alegría . Coincide con la salida de clase de los mayores. Resulta sorprendente la miscelánea de culturas y nacionalidades, principalmente de África y Latinoamérica. Muchos de estos jóvenes proceden de un ambiente hostil, pero en el patio no se atisba ni un solo gesto de violencia. Hombro a hombro El padre Ángel pasea por el centro ataviado con un gorro de astracán. Todos le saludan. Agarra a un adolescente por el hombro y advierte que «es uno de los mejores del colegio porque todos le aceptan». Cuando el chaval se marcha, el sacerdote cambia el gesto y se entristece. «Este niño -dice- es hijo de un alto mando militar de Guinea. Le han suspendido cuatro asignaturas porque no sabía que en España hubo no sé cuantos gobiernos en la República y tantos monarcas. Su padre ha llamado, se ha enfadado y quiere que vuelva a su país. Pero yo me opongo, le he garantizado que en septiembre aprueba. Este chico no se puede perder». Niños de tres años y jóvenes de 20. Toda una ciudad de muchachos de todas las autonomías de España y de más de 30 países. Sólo de África hay niños y niñas de siete regiones, con un contingente que supera los 200 alumnos. Huérfano por una guerra Con estas minorías étnicas se tiene un cuidado especial. Se han destinado dos profesores fuera de las horas lectivas para favorecer la integración de los pequeños. También por primera vez, se ha logrado tener contactos con organismos que se dedican a apoyar a los refugiados políticos, como la organización Karibu, amigos del pueblo africano, que ha enviado a Armenteros muchos chicos, totalmente gratuitos, cuyos padres han sido víctimas mortales de las guerras de Angola y Zaire. Otros muchos niños y niñas han sido confiados a este centro por padres enfermos de sida o lepra, situaciones en las que la convivencia se hace inviable. «Las instituciones, aparentemente más consistentes, se desmoronan ante dificultades perfectamente salvables, porque en un momento dado faltó o falló la persona o careció de interés para abordarlas», reflexiona Jesús Trujillo en el tono crítico que le caracteriza. El hombre Todo un personaje el padre Trujillo. Tiene 78 años, pero habla con la pasión de un joven de 20. Sus ideas son extremas en todos los sentidos. Alto, bien parecido y con mano izquierda para los chavales. «No les puedes reñir», advierte. Procede de una familia pudiente y es extraordinariamente culto. Lanza exabruptos, contesta a todo con rapidez aunque sin precisión, pero acaba haciéndose con la confianza del otro. «Hoy he ganado un hijo», dice al periodista. Parece enfadado con el mundo, pero en realidad sólo lo está con el poder. Llegó a Armenteros allá por el año 50. Estaba en el CEU de Madrid y en unas charlas que le habían encargado mostró unas ideas «socialmente extremas», por las que después sería defenestrado y enviado a la lejana población salmantina. Vanguardia para pobres Empezó a dar clase a los hijos de los campesinos y a partir de ahí han sido más de 50 años de evolución hacia lo que se ha convertido hoy el colegio-internado La Inmaculada, un planteamiento educativo y social de vanguardia desarrollado en unas instalaciones que claman mejoras. El complejo está formado por varios edificios, donde se imparten clases para los niños de los pueblos y los internos. Hay aulas, habitaciones para mayores y pequeños, para chicas y chicos, siete comedores, incluido el de profesores, y todo ello movido por una maquinaria humana de más de cien personas. Cuando se cruzan en tu vida Uno de los orgullos de este centro educativo es Alexa Laínez. Hondureña de 17 años, su vida ha sido relativamente fácil y ha caído en Armenteros gracias a una beca de excelencia académica. Sus notas y su madurez la avalan. «Mi llegada aquí me ha cambiado la perspectiva de la vida y ahora tengo más objetivos, por ejemplo ser un grano más de arena en esto que tanto queda por construir». Pero se da cuenta que en su país la esperan sus padres y que muchos de sus compañeros no tienen nada de eso. «Conozco casos de niños que trabajaban en la calle vendiendo caramelos, sometidos y en continuo peligro. O el de una compañera que era maltratada por sus padres y ahora tiene que volver a su casa. Sólo dice que para ella el regreso es un dolor de cabeza». Nadie, ni el padre Jesús, sabe lo que pasará con todo esto cuando fallen las fuerzas. «Hay chicos de más de 20 países de África e Hispanoamérica, pertenecen a ese submundo fruto de la inmigración, que trabaja donde y como puede, que no tiene residencia fija, donde el hijo es un estorbo. Llegan aquí y nos los confían» PADRE JESÚS Responsable del centro «Conozco casos de niños que trabajaban en la calle vendiendo, sometidos y en peligro» ALEXA LAÍNEZ Interna hondureña «No hay violencia en el centro. Aquí los niños no tienen que matar ni pedir para comer» ISIDRO DE CELIS Protector de la colonia hondureña