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| Crónica | En carne propia | JESÚS, AFECTADO POR EL VIH

«Tuve suerte de nacer aquí, es una enfermedad muy costosa»

León

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Ignorancia y a la vez miedo, «un cúmulo de cosas en el estómago», fueron las primeras sensaciones que tuvo Jesús cuando le confirmaron, en una segunda prueba, que era seropositivo. De aquello han pasado catorce años. «Fue en 1992, a raíz de un accidente de tráfico me hicieron la prueba porque era toxicómano», explica. Durante un tiempo fue seropositivo asintomático y no recibió tratamiento, pero a raíz de una tuberculosis (una de las infecciones oportunistas más frecuentes en pacientes con VIH), le comunican que «el virus se ha despertado» y su estadío es el C-3. Después de un año de tratamiento para atajar la tuberculosis, empezó con el AZT o retrovir, la monoterapia que se prescribió hasta que en 1996 se presenta en Vancouver la terapia antirretroviral de alta eficacia. «En ese intermedio, primero me funciona, me sube las defensas, mientras veo que amigos que se pinchaban conmigo empiezan a caer». Él también vuelve a recaer, pero «llego al coctail» como se denomina coloquialmente a la terapia actual. Además de la respuesta positiva de su cuerpo, creo que ha sido una ventaja no perder nunca el contacto con los servicios sanitarios, «ni siquiera cuando volví a las drogas», explica este hombre de 40 años, los acaba de cumplir, que ahora intenta rehacer su vida en solitario, tras perder hace año y medio a su compañera sentimental a causa del sida. «Siempre confié en el médico y él a nada que salía algo nuevo me llamaba». Tras una primera fase de rebelión, de pensar que la vida no tenía sentido, ha asumido su situación, ahora jubilado, como una enfermedad crónica. Diariamente tiene que ingerir nueve pastillas para mantenerse y pese a los efectos secundarios -cólicos renales y diabetes, entre otros- confiesa que se encuentra bien. De momento, no le preocupa la lipodistrofia (la grasa se retira de determinadas partes del cuerpo, como la cara, y se concentra en el vientre) y sabe que lo peor «es estar deprimido, te bajan las defensas. Yo no quería caer en el pozo y caí», cuenta al señalar que desde que dejo el tratamiento de metadona para abandonar la droga toma una pastilla para la depresión. «Acepto lo que tengo y sé que tengo la suerte de haber nacido aquí porque es una enfermedad muy costosa». Lo recuerda cada mes, cuando recoge sus medicamentos en el hospital. Lamenta que la industria farmacéutica no se esfuerce más en investigar una vacuna y cree que ahora que la enfermedad se ha cronificado en los países desarrollados «es muy rentable para la industria». Lo que más le fastidia es el rechazo social. «Mucha gente dice: yo ayudo pero desde lejos», asegura Jesús. Pese al dolor que ha sentido al escuchar de algún amigo la palabra «sidoso», «sin saber que yo era portador», nunca ha sentido la tentación de ocultarlo. «Cuando he ido al dentista siempre lo he dicho, pero reconozco que ahora me da miedo tener una relación con una mujer porque soy una persona que pongo las cartas sobre la mesa», aclara. No se siente culpable de lo que le ha ocurrido, si acaso impotente. «Me ha ayudado a ser mucho más tolerante y más comprensivo», algo que echa en falta en la sociedad. «Hubo un boom en el que parecía que la gente estaba concienciada, porque morían artistas pero ahora es una enfermedad africana, que se ve de lejos».

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